LAS
PERTURBACIONES MENTALES EN NUESTRAS
SOCIEDADES
Zenair Brito Caballero
(britozenair@gmail.com)
Latinoamérica
y el Caribe no tienen unas políticas rigurosas de prevención y atención de las
perturbaciones mentales en sus habitantes, y eso contribuye al atraso
psicológico y socioeconómico. La prevalencia de estos problemas es alarmante en
la región, ocupando el primer lugar los asuntos derivados del alcoholismo y la
drogadicción.
Hay
que entender que la enfermedad mental trasciende los estados psicopatológicos
puros y engloba diferentes perturbaciones en las que el comportamiento
desempeña un papel fundamental. Es decir, que el tema del trastorno mental va
más allá de la locura como tal, de la depresión y la ansiedad, de los
disturbios bipolares y del abuso o la dependencia de drogas.
Cada
vez es más claro que la enfermedad mental obedece a un funcionamiento cerebral
alterado, a factores hereditarios o a secuelas de enfermedades del sistema
nervioso central. El problema mental de origen estrictamente psicológico es
improbable, de tal suerte que la tendencia es a considerar que siempre hay
algún substrato orgánico que determina los cambios en el pensamiento, el humor
o la conducta. Diversas infecciones, de hecho, se relacionan con múltiples
manifestaciones neuropsiquiátricas, al igual que muchas enfermedades sistémicas
que, de pasada, involucran al cerebro.
Hagamos
una descripción esquemática y simplificada de las características negativas
personales o sociopáticas que, atribuidas injustamente al carácter ibérico de
nuestros antepasados, sobresalen en el concierto de las anomalías del
comportamiento latinoamericano.
Violencia: No sólo se la ha pretendido
justificar ideológicamente, sino que se le ha dado carta de ciudadanía en razón
de que existe la pobreza. América Latina es una de las regiones más violenta
del mundo y una de las más atrasadas. Muchas investigaciones sociales han
demostrado, sin embargo, que los pobres no son más violentos que los ricos, de
modo que ese argumento es deleznable. En ninguna parte el progreso, en términos
intelectuales y materiales, se ha obtenido con actos de terror ni de
sometimiento de la libertad, así que la quimera de la redención a través de la
pólvora, el secuestro y el asesinato, no es más que eso: una vana utopía
sangrienta.
Corrupción: Se instala donde no hay ética
personal ni mecanismos de control, donde no hay conciencia del bien común ni
Justicia. Junto con la violencia, porta la mayor responsabilidad en el
subdesarrollo local. En Venezuela el problema es endémico. El nicho de los
viejos políticos dignos lo llenaron los contratistas y funcionarios indelicados
con su imposición de un socialismo-comunismo; el de los empresarios decentes lo
ocuparon las sabandijas rojas-rojitas de la especulación y el favoritismo; y
todo eso revuelto con el narcotráfico, que sólo trasluce el afán desmedido de
riquezas y extravagancias, compone el cuadro patético de nuestra descomposición
moral.
Psicopatía: Para ostentar y defender las
condiciones anteriores se necesita ser un poco psicópata: no tener vergüenza,
no conocer el arrepentimiento e imaginarse que uno lo merece todo. Violencia
justificada y corrupción en aras de que "todo el mundo hace lo
mismo", son el sumun de la desfachatez y el cinismo en muchos venezolanos.
La
violencia en busca de un hombre nuevo (otra vana utopía), que encierra a sus
congéneres en jaulas, o que mata sólo por dinero, puede ser perfectamente
considerada como un trastorno mental. El fanatismo ideológico de un marxismo
comunista trasnochado, obsoleto y fracasado, letrado o ignorante, y la codicia
enfermiza de los miembros del gobierno que expone la vida sin ninguna gloria,
más que actitudes temerarias o propias de valientes, son enfermedades de
villanos y de cobardes.
Viveza: Aquí ha hecho carrera que el aprovechamiento
de las oportunidades es un acto de inteligencia, que eso es saber vivir, que
"así es como es la cosa", porque hay que rebuscarse. Propio de
psicópatas también es la manipulación y la capacidad de enredar. Esos son
expertos en tirar la piedra y esconder la mano. Son habilísimos para coger por
el atajo y atribuirle sus triunfos a las virtudes de sus artes rastreras. Sus
maniobras las preparan con delectación, saboreándose. Cuando se aprovechan de
algo o de alguien lo celebran como una genialidad, y piensan de la víctima como
de un tontarrón. La psicopatía de estos vividores gira alrededor de su yo
hipertrofiado. Son pequeños megalómanos.
Sé
como psicóloga, que no conviene psiquiatrizar la conducta de las comunidades,
pero cuando una sociedad alberga miles de violentos, de corruptos y avivatos,
no queda más remedio que buscar la causa en las patologías del alma colectiva,
que no derivan de la esquizofrenia, la depresión ni las crisis de la
adolescencia, sino de la falta de seriedad en la política y los negocios, en la
ausencia de una conciencia democrática predominante, pero especialmente en la
falta de sanción social y de Justicia.
El
tratamiento de violentos y corruptos, aun a sabiendas de que tienen algo de
psicópatas, no es la compasión ni la solidaridad que merecen todos los
enfermos: es la persecución y la cárcel.
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