LA CULTURA DE LA INTOLERANCIA NECESITA UN CAMBIO
Zenair Brito Caballero
(britozenair@gmail.com)
La educación tiene como objetivo principal la formación de hombres
y mujeres de bien desde una dimensión académica, de valores morales, éticos y
espirituales en la que puedan ser útiles a la sociedad. En Venezuela, la crisis
por la ausencia de valores positivos en el hogar, colegio, barrio y ciudad entre otros contextos, ha
desencadenado una cultura de la indiferencia hacia lo normativo, un
desconocimiento casi total de la autoridad, de la necesidad de instaurar buenas
relaciones y del respeto por la diferencia.
Nuestra sociedad venezolana está viviendo una cultura de la
intolerancia donde la violencia está
produciendo sendos cambios en nuestra manera de percibir la realidad. Los
índices de violencia intrafamiliar se han disparado, escuelas y liceos cada día
reflejan más problemas asociados a la cultura del matoneo o bullyng, en los
barrios marginales y municipios hay tendencia a la formación de bandas
delincuenciales con base en acuerdos tribales que por encima del núcleo
familiar las hacen unificar como tribu urbana.
Esa carencia de valores debe llevar a replantear desde las
administraciones municipales y Estadales, concretamente desde las Direcciones de
Educación, el modelo de formación integral educativo, que ha terminado
apuntando más a la instrucción que a la formación académica y de valores.
Para esto, debemos reconfigurar nuestro modelo educativo desde la
urbanidad y el civismo, de tal manera que proponga otra manera de vivir desde
la responsabilidad social que a cada individuo le atañe en relación con el
entorno donde se desenvuelve, donde valores como la autoestima, tolerancia,
responsabilidad, honradez, respeto a la diferencia, puntualidad, cortesía,
respeto a las autoridades, el buen hablar y la civilidad sean los elementos que
todo ciudadano moderno requiere para nuestra sociedad.
La sana convivencia, a través de la buena comunicación, es quizás
el mayor propósito que todo ser humano busca para mejorar sus relaciones con
familiares, amigos, vecinos, compañeros de estudio y trabajo, jefes, incluso
sobre desconocidos que comparten un mismo espacio llámese barrio, pueblo o
ciudad. Para esto, existen las reglas de convivencia reguladas por la urbanidad
y el civismo que buscan la aplicación de los buenos modales y el mantenimiento
del orden a través del respeto por las normas y las autoridades.
Así como hace algunos años, desde El Ministerio de Educación se
defendió con ahínco la inclusión de la cátedra de educación moral y cívica,
luego formación ciudadana y valores como parte del pensum en los colegios y
liceos del país, con el fin de mantener y fomentar la ética, la moral, las
buenas costumbres y los valores humanos, hoy se hace vital que desde el
Ministerio de Educación se propongan la creación y reglamentación de la cátedra
obligatoria de urbanidad en todos los colegios de toda Venezuela, para que haya
un trabajo de recuperación de los valores en forma seria, comprometida y
vigilada desde los gobiernos municipal y estadal, en sinergia con la familia,
los colegios y los medios de comunicación, para que se recupere el respeto por
la vida, por las autoridades, las normas de tránsito, los buenos modales, el
respeto por la dignidad de la mujer, las normas de cortesía, por el medio
ambiente y el autoestima, entre otros valores.
Necesitamos que el nuevo gobierno tome como reto educativo la
propuesta del candidato del Progreso, la responsabilidad de devolverle a la
sociedad, especialmente a los jóvenes, los valores positivos tan olvidados en
estos tiempos de revolución socialista-comunista, en la que la
desnuclearización de la sociedad está llevando a que se proponga un modelo de desunión
donde los hombres han terminado siendo
presos de su egoísmo, desestimando la solidaridad, el respeto y los buenos
modales por creer que son signos de debilidad.
Es urgente que nuestros legisladores, los gobernantes y
demás autoridades, entiendan que la cátedra de Urbanidad y Civismo ayudará a
combatir el individualismo, la anomia, la ausencia de pertenencia, la
indiferencia, la apatía y la falta de responsabilidad social.
Necesitamos que así como proponen ordenanzas y acuerdos para
defender las irregularidades del gobierno y de los jerarcas revolucionarios
burlando la Carta Magna, nuestros legisladores en sentido formal y material, se
comprometan con el cambio y desarrollo, a través de la recuperación del tejido
social con base en valores regulados por la urbanidad, el civismo y las buenas
costumbres. Hay un solo camino para lograrlo: EL DEL PROGRESO.