“SE
DEJÓ DE LADO LA PALABRA TOLERAR”
Zenair
Brito Caballero
La
tolerancia como virtud cívica y como valor ético sigue extraviada en el
ambiente político venezolano. Parece ilusorio lograr ese consenso mínimo,
indispensable para que la aun llamada democracia funcione civilizadamente; la coexistencia
pacífica, en medio de las diferencias, sigue siendo una asignatura
pendiente porque históricamente ha prevalecido el sectarismo como práctica
política desfavorable y negativa.
De
ahí han surgido los radicalismos y la larga confrontación en estos casi
15 años de régimen socialista-comunista. El diálogo constructivo entre
contrarios no ha sido posible, y parece que no bastan las miles de muertes y
asesinatos para entender y aceptar que el único camino hacia la paz pasa por la
tolerancia y el debate civilizado e ilustrado. La cultura de la paz sólo es
posible en una sociedad tolerante, condescendiente, comprensiva y flexible,
caracterizada por la diversidad ideológica y cultural.
Tolerar amigos lectores, es aceptar la pluralidad en todos sus campos y expresiones. Es respetar las ideas, visiones, credos y prácticas de los demás, aunque difieran de los propios, siempre y cuando todas se ajusten a los principios, valores e instituciones sobre los cuales se sustenta una verdadera democracia y no un falso socialismo-comunismo a la cubana como el que sea pretendido imponer en nuestro país.
La
tolerancia, junto a la justicia, la libertad, la igualdad ante la ley, la
participación ciudadana y la soberanía popular son pilares sobre los que
debe sostenerse todo régimen auténticamente democrático, pero no uno
socialista-comunista como dicen sus
seguidores es el nuestro.
Obviamente
no hay que confundir la tolerancia con la indiferencia ni con la permisividad
ante posiciones o prácticas socialmente perjudiciales. La diversidad, la
heterogeneidad, las diferencias y la pluralidad, son, desde todo punto de
vista, enriquecedores y vitales porque generan interacciones, cambios,
transformaciones y dinamizan los procesos sociales.
La
uniformidad absoluta no es posible y sería un freno al desarrollo. La
tolerancia debería ser un compromiso de todos los venezolanos, de los
ciudadanos afectos al régimen y los disidentes a él, de las comunidades y desde
luego del Estado.
Venezuela
es un país pluricultural, heterogéneo y variado donde sus habitantes tenemos
distintas maneras de actuar y de expresarnos, y dentro de esa diversidad se dan
también las diferentes visiones del mundo y de las cosas y a partir de ahí
surgen las ideologías contrarias como algo consustancial a la verdadera democracia.
Es
así en todo el mundo. Ninguna sociedad es homogénea. En Venezuela, por
desgracia, el gobierno socialista-comunista a los contrarios no les reconoce
como adversarios políticos, sino como enemigos irreconciliables y cada uno
señala al otro como único responsable del problema. No se permite el disenso,
el desacuerdo, la disconformidad, la obstinación, y el sectarismo es eliminar
al contrario a costa de lo que sea.
La
hostilidad se exacerba permanentemente y copa todos los escenarios donde
deberían reinar el diálogo y la conversación constructiva. El insulto, la
humillación, el agravio y la ofensa marcan un estilo practicado desde hace casi
15 años, afianzado por el verbo incendiario, burlesco, jocoso y permanente del
ilegítimo y sus compinches rojos-rojitos en sus constantes cadenas y en el
circo montado por los diputados comunistas en la Asamblea Nacional.
La
discriminación se ha disparado también. Todas las censuras comienzan con
expresiones descalificadoras a los disidentes al régimen; las críticas contra cualquier
desempeño han estado siempre marcadas por el odio, la rabia, la envidia y hasta
el color de piel. En un país cargado de rico mestizaje hay quienes aun se creen
puros, indoeuropeos o caucásicos.
Tanta
intolerancia atenta contra el derecho a la vida, crispa los ánimos y
acentúa la confrontación; las amenazas contra líderes populares, políticos,
sindicalistas, periodistas y medios de comunicación son intensas.
Muchos
hombres y mujeres disidentes al socialismo-comunismo corren, en serio, el
riesgo de ser liquidados por bandas criminales de ultraizquierda que, con
nuevos nombres, anuncian que “tienen la orden de encarcelar o liquidar” a
dirigentes contrarios y a miembros de organizaciones de mujeres y defensores de
derechos humanos; a todos los acusan de manejar un discurso de derecha fascista
y de criticar la confiscación de tierras
y al gobierno de su amadísimo presidente Nicolás Maduro.
Mientras
tanto, nosotros, usted y yo amigo lector los que no somos violentos, deberíamos
unir nuestras voces de paz y de reconciliación a Dios y a Jesús Misericordioso,
y soñar con una Venezuela donde quepamos todos y donde prevalezcan la
convivencia, la unidad, la paz, la solidaridad, la tolerancia y la justicia social.
Si
se puede, con una resistencia pacífica por la verdad y la Democracia, la paz y
la libertad, tarde o temprano ha de
llegar. ¡Que así sea!