“A PROPÓSITO DE LAS
CRISIS”
Zenair Brito
Caballero
Está enfermo.
Se la pasa lamentándose de la suerte que tiene y protesta por todo: porque no
hay plata, porque hace frío, porque la novia lo dejó, porque no se halla, en
fin…Por cualquier tontada llora, la comida le cae mal, no duerme, se vuelve
irascible y piensa cosas sin sentido. Asume el más detestable de todos los
roles: el de ‘pobrecito yo’. Es el ‘quejón’, el amargado, el aburrido, ese que
jamás le encuentra el rumbo a su mundo.
¿Conoce a
alguien así? Es fácil de identificar: se le ve triste, desanimado, casi
depresivo. Vive cansado, no se concentra en nada y hasta piensa en morir. Lo
peor es que en ese afán de buscar consuelo, el ‘pobre hombre’ termina refugiado
en la lástima que le ofrecen los demás. Es más, se atreve a decir que Dios lo
abandonó y, por supuesto, le vive echando la culpa a Él de todo lo que le
sucede.
De alguna
forma y en esta época en la que el mundo entero habla de crisis, todos
podríamos llegar a ser unos “pacientes espirituales”. Los problemas de plata,
el desamor, los quebrantos de salud y las angustias del día a día terminan
enfermándonos el alma.
Si eso le
ocurre, usted puede estar sujeto a dos salidas viables. Primera: ir al
médico de tal forma que pueda recibir un diagnóstico y un tratamiento. ¡No! no
es que esté loco; es que necesita ayuda profesional. Segunda: descansar
en Dios. Porque debe saber que no está solo. Sí, sin siquiera notarlo, cuenta
con la intervención de alguien que desde arriba lo acompaña, cualquiera sea el
momento por el que esté atravesando.
Usted puede
sentirse hundido y hasta creer que no vale nada. Pero no es así. Por muy oscura
que sea la noche, al fin amanece y de todas formas, en las tinieblas o en la
claridad, Dios escucha al que padece. Además de tener fe, si estamos depresivos
y buscamos a Dios, finalmente evitamos un mal muy común en estas épocas, que
hemos decidido bautizar así: “hipocondría espiritual”.
Ojo:
experimentar esa sensación no es que sea un delito, ni mucho menos un pecado.
¡Ni más faltaba! Lo grave es no hacer nada para salir de esa situación de
derrota permanente. Mejor dicho: no pierda tiempo, deje de protestar por su
vida y póngase a trabajar ya. ¡Actuar siempre será bueno!
De ahora en
adelante, cuando crea que usted es un ‘pobrecito’, lo mejor será buscar la
mejor cápsula y la más efectiva receta que doctor alguno le podrá recomendar:
¡Dios! Por ello, le conviene dejar de aburrirse por todo lo que le ocurre.
Lamentarse no resuelve su situación. Además, si usted asume el papel de
“quejador”, las personas que lo rodean se fastidiarán y terminará
aburriéndolas.
Siga las
siguientes recomendaciones para que el mundo no le parezca tan “desabrido”: 1.
No envidie a nadie. 2. Vaya a su trabajo con entusiasmo. 3. Evite pensar en
cosas desagradables. 4. Si encuentra alguien en su camino, salúdelo siempre
sonriendo. 5. Jamás juzgue a una persona por su aspecto. 6. No comente sus
problemas con extraños. Es más, evite hablar demasiado. 7. No les demuestre a
los demás lo que usted no es en realidad. ¿Para qué aparentar? 8. Enfrente las
situaciones que le ponga la vida con fuerza y valentía. 9. Realícese en su
hogar y disfrútelo. 10. Agradezca siempre a Dios por lo que tiene.
¡Decídase!
Desde hace mucho tiempo usted está postergando la solución de su problema. Es
hora de “tomar el toro por los cachos”. Use de manera racional su buen sentido
para resolver su problema, pero sin precipitación alguna. Permanezca en
silencio y pida ayuda divina. Una voz muy clara y límpida le señalará el camino
a seguir. Aprenda a escuchar la voz interior que existe en su interior. Ella
tiene las soluciones para todos sus problemas. Y una vez decidido, siga el
rumbo aconsejable: ¡camine hacia adelante!
Lo siguiente
fue dicho alguna vez por Albert Einstein: “No pretendamos que las cosas
cambien, si siempre hacemos lo mismo. La crisis es la mejor bendición que puede
sucedernos porque la crisis trae progresos. La creatividad nace de la angustia
como el día nace de la noche oscura”.
Es en la
crisis que nace la inventiva amigos lectores. Quien supera la crisis se supera
a sí mismo sin quedar superado. Quien atribuye a la crisis sus fracasos y sus
penurias, violenta su propio talento y respeta más a los problemas que a las
soluciones. La verdadera crisis es la “crisis de la incompetencia”.
Es en la
crisis donde aflora lo mejor de cada uno, porque en crisis todo viento es
caricia. Hablar de crisis es promoverla, y callar en la crisis es exaltar el
conformismo. En vez de esto trabajemos duro. Acabemos de una vez con la crisis
amenazadora, que es la tragedia de no querer luchar por superarla.