lunes, 8 de abril de 2013

LA INTOLERANCIA ES LA ETAPA PREVIA AL TOTALITARISMO


LA INTOLERANCIA ES LA ETAPA PREVIA AL TOTALITARISMO
Zenair Brito Caballero


Cuando se estudia la evolución del pensamiento político de los últimos siglos, se aprecia una evolución del concepto soberanía como sustento del poder, que pasó del origen divino en que se basaba la monarquía, al del consenso popular en las democracias modernas.
Ese cambio en el sustento del poder, ha sido la razón por la cual, todos los regímenes políticos; tanto de izquierda como de derecha; hayan sostenido que son democráticos y que su poder se sostiene y legitima por el pueblo, el cual se expresa mediante el voto como por manifestaciones de democracia directa, como ser asambleas o referéndums. 
Hitler y Mussolini llegaron al poder por el voto popular; Fidel Castro gobernó Cuba por casi cincuenta años sobre la base de una transferencia de poder popular que le daban las asambleas y las votaciones en base a la existencia de un partido único.
Los gobernantes de la desaparecida URSS; que eran designados por el Partido Comunista, nunca dejaron de sostener que su autoridad emanaba de un procedimiento democrático de selección y todos los actuales gobernantes latinoamericanos que se auto califican como “progresistas”, han llegado y se han mantenido en el poder por pronunciamientos del Poder Electoral de sus países, por lo cual se les considera democráticamente legitimados aunque sus actos de gobierno, muchas veces se aparten de las normas esenciales de ese sistema de gobierno.
La polémica acerca de si alcanza con que un gobierno sea electo por el voto popular para ser considerado democrático, sin tener en cuenta cómo desarrolla su gestión, es el tema fundamental de discusión política de los últimos tiempos, pero lamentablemente, la estrategia adoptada por quienes sostienen la condición de democráticos de los regímenes, de cualquier ideología, que en los hechos no aparecen como tales, ha sido la descalificación personal de los adversarios, 
“Quién no está conmigo, está contra mí” dice Mateo en su evangelio. “Quienes son de derecha, son malos y solo la izquierda es capaz de lograr la felicidad de los pueblos”.
 “Los que pretenden imponer cambios sociales, son comunistas” son frases similares a las que comúnmente escuchamos en los medios de comunicación, como forma de defenderse ante las críticas que le dirigen a los gobernantes.
El Fuhrer, el Caudillo, el Duce, el Comandante o el Presidente, se encargaron y se encargan de descalificar a sus adversarios políticos, de insultarlos y menospreciarlos como si se tratara de seres viles, que solo piensan de qué forma le van a hacer mal a sus semejantes y si pueden, le aplican las máximas sanciones, procurando discriminarlos ante la sociedad en general, asignándoles la calidad de “enemigos del pueblo”.
En esos regímenes seudo democráticos, los medios de comunicación que no sean oficialistas y que se atrevan a criticar la gestión de gobierno, son perseguidos hasta lograr que cierren (caso RCTV) y mientras puedan sostenerse, deberán soportar todo tipo de agresiones, realizadas mediante todos los medios que da el poder (CASO GLOBOVISIÓN).
La práctica política de descalificación, apunta fundamentalmente a las personas, más que a sus ideas. Quienes controvierten alguna medida gubernamental; ya sean técnicos o políticos; inmediatamente reciben ataques personales de parte de los adversarios. “Que fulano es propietario y por eso se opone al impuesto a las grandes superficies”; “Que mengano es asesor de tales empresas y por eso está a favor de que se bajen algunos impuestos” y muchos otros ejemplos más, que sería tedioso seguir señalando.
Todas las críticas se dirigen a determinados aspectos personales; por ejemplo que es hijo de tal o cual personaje que tiene un turbio pasado; o que estuvo o está vinculado a alguna empresa, cuyos intereses defiende con sus afirmaciones, dejando de lado el aspecto ideológico de la controversia.
Esa mala costumbre que han adquirido los políticos izquierdistas particularmente, se ha generalizado en los últimos tiempos y las descalificaciones a los adversarios aparece como la única defensa que se esgrime para sustentar sus ideas.
En países en los cuales; generalmente; la diferencia del caudal electoral que existe entre el partido de gobierno y los de la oposición no llega al diez por ciento del cuerpo electoral; es común que se la califique a “la derecha o a la izquierda opositora” con los más duros adjetivos, olvidándose de que se está insultando a casi la mitad de la población de un país.
Quienes no piensan de la misma manera que el gobernante, aparecen como personas deleznables, ideológicamente maléficos, que solo quieren hacerle daño a sus semejantes. Esa descalificación llega a tal extremo, que no se admite que una persona; etiquetada como “de derecha”; pueda tener buenas ideas en otros aspectos que no sean políticos o que quiera ser solidario con sus semejantes.
Si hace algo que pueda considerarse como una buena obra, es porque persigue algún fin espurio oculto. Si expresa sentimientos altruistas, solo lo hace por aparecer frente a la opinión pública como una persona buena, cuando en realidad no lo es.
Esa manía descalificadora lleva, en la práctica, a una división de la sociedad que se manifiesta de diferentes maneras, dificultando la convivencia. Todos podemos tener opiniones acertadas o equivocadas, porque como seres humanos que somos estamos sujetos a equivocarnos, pero no se nos puede encasillar como “buenos o malos” según nuestras ideas políticas.
Si esta nociva tendencia a la descalificación personal no se revierte, se corre el riego de dividir cada vez más a la sociedad. Si no se adopta una forma de convivencia basada en el respeto de las ideas ajenas, se corre el peligro de caer en la intolerancia, que es la etapa previa a los totalitarismos, tanto de derecha como de izquierda y por esa vía nunca se va a llegar a lograr la convivencia pacífica, única forma de lograr la felicidad de los pueblos. britozenair@gmail.com

“DEGENERACIÒN MORAL”


“DEGENERACIÒN MORAL”
 
Zenair Brito Caballero

Crea en usted, en sus sueños, en sus ideales. No permita que la injerencia extraña afecte su buena disposición por trabajar en pos de un ideal sano y pertinente. Tenga claro que siempre hay gente, enemiga del éxito, pendiente de la más mínima oportunidad por manosear los buenos procesos pero de igual manera, nunca falta el ser humano valiente y leal que está presto a defender lo valioso.

La historia está llena de anécdotas similares en las que se nos cuentan pasajes a través de los cuales la envidia, la ambición o la simple mediocridad humana han sido desencadenantes de grandes tragedias. No recuerdo un solo episodio importante, en la tradición, en el que no haya existido mínimo un individuo presto a atravesarse, desconocer e intentar dañar procesos de mucho tiempo de construcción.

Por eso cuando se trabaja, con vocación de servicio, anteponiendo el bien común y desechando otro tipo de intereses, si ellos son talanquera para el éxito y la transparencia, no es bueno esperar reconocimientos de nadie. Lo que de verdad importa es lograr hacer bien las cosas y de esa manera disfrutar de la paz que nadie vende, compra o regala por ahí: la sensación de tranquilidad generada por una voz interior que actúa como censor inalterable y que en mi época de niña me enseñaron que se le conocía como la voz de la conciencia.

Creo que todavía se llama así. La experiencia nos muestra como hay personas que, desconociendo las tradiciones, la historia, los legados y los principios que motivaron el desarrollo de una gran misión, a través de mucho tiempo, intentan arrasar sin piedad, sin la más mínima consideración y con toda una batería de agresividad, al estilo de las peores hordas. Son personajes que llegan apoyados e incitados subterráneamente y hacen el papel de tontos útiles; la verdad es que consiguen hacer mucho daño, lo cual los tiene sin cuidado pues la pertenencia y el amor son valores que no importan y por consiguiente no ostentan.

La decadencia moral existe, está a la orden del día y es otra forma de violencia muy común, pero que se ha incrementado desde que en este gobierno revolucionario pareciera haberse abolido al máximo los elementos que garantizaban la protección de las costumbres buenas y los sanos principios, donde la permisividad se volvió derecho y todo lo que defienda esas cosas buenas que tanto ha costado construir, es calificado de posición “aristocrática o pitiyanqui”.

Ya el estudiante no respeta al maestro o profesor, cualquiera que medio ostenta poder se cree Dios, los padres no saben qué hacer para educar sin apoyo; los drogadictos están ejerciendo su “derecho al libre desarrollo de la personalidad” mientras los jíbaros, los mafiosos y narcos ejercen su “libre derecho al trabajo”, a costa de la salud de todos, la moral pública y la paz.

Cualquier persona llena de títulos y sin pizca de altura, decencia o consideración, intenta volver asunto académico su sociopatía. Formas de degeneración moral, decadencia humana y despreciable ambición que, cueste lo que cueste, hay que combatir antes de que se nos termine de desmoronar lo que queda de nuestra sociedad venezolana y pasemos a la historia como cobardes.