LA
EDUCACIÓN VENEZOLANA TIENE QUE CAMBIAR
Zenair
Brito Caballero
Por mi condición de Profesora Titular
Universitaria y Dra. En Psicología y en Ciencias de la Educación, hace varias
semanas escribí un artículo para varios diarios regionales, que no fue publicado
como lo están haciendo últimamente, sobre la grave amputación que sufre la
educación venezolana tal como se desarrolla nuestro sistema educativo en estos
tiempos de socialismo-comunismo.
Escribía en ese artículo sobre la necesidad de
educar a todo el ser humano, porque en la actualidad lo hacemos prescindiendo
totalmente de su esencial dimensión espiritual. Hoy quiero seguir demostrando la necesidad que tenemos
de reformar radicalmente la educación en todos los niveles y revisar a fondo la
antropología, la filosofía y la psicología que subyacen a nuestros currículos y
programas, porque no sólo no incorporamos la dimensión espiritual de toda
persona, sino que además estamos dando la espalda a su interioridad.
Pretendemos desarrollar valores, incluso ética,
promovemos la creatividad y los introducimos en la filosofía y la psicología
para que aprendan a reflexionar, se conozcan a sí mismos, puedan comprender
mejor a los demás y sus maneras de pensar y reaccionar, pero no enseñamos a
descubrir y cultivar la fuente de todo eso, que es su mundo interior.
En nuestros programas educativos no aparece ni
por las tapas la “pedagogía de la interioridad”. Se nos va el tiempo y el
esfuerzo en darles herramientas y equiparlos para que por medio de las ciencias
y las letras puedan conocer e interpretar la realidad, la historia, etc.… pero
no les enseñamos a mirar a sus conciencias, a su mundo íntimo, a toda su
interioridad.
Algunos colegios, por propia iniciativa y por
distintas motivaciones, les ayudan con clases de orientación, otros incorporan
clases y algunas actividades de religión, pero apuntan más bien a lograr
mejores comportamientos y no suelen enseñarles a identificar, alimentar y
“beber en el propio pozo” de su vida interior.
El núcleo germinal donde se construye la persona
y su personalidad es el núcleo de la interioridad, sobre todo el núcleo de lo
más profundo de la conciencia, que va creciendo y alcanzando sucesivamente
metas superiores en el recorrido de diversos estadios o etapas de su formación,
hasta llegar a la madurez de la conciencia total.
Sin vida interior, la vida exterior es
superficial e intrascendente. Depende de los estímulos con que la persona se
tropieza o busca para huir del vacío que siente. La vida difícilmente tiene
sentido, menos aún sentido último. El amor se hace, no se encarna ni se
proyecta en la intimidad de la pareja y de las otras personas amadas en
múltiples formas de amor.
El pensamiento no tiene peso propio, es voluble,
se monta sobre tópicos e ideas prestadas, no sobre convicciones profundas
íntimamente trabadas en coherencia con todo el ser. Los sentimientos son
efímeros y frecuentemente no llegan a instalarse como sentimientos, sino que
pasan aceleradamente de emoción en emoción.
Las necesidades son ansiosamente vivenciadas y en
vez de transformarse en motivaciones inteligentes, quedan acumuladas como
angustias y carencias. El trabajo sin vida interior es rutina y en vez de
quedar marcado con la impronta personal y de ser colaboración personalísima e
intransferible cargada como don y entrega del ser, se realiza funcionalmente,
incoloro e insípido.
Una persona pasaba junto a una obra de
construcción edilicia. Por la extensión marcada se trataba sin duda de una obra
para edificio grande. Observó a un albañil cavando cimientos profundos y le
preguntó: ¿Qué está haciendo? El obrero respondió: No lo ve. Estoy haciendo
cimientos. Más adelante vio a otro que hacía el mismo trabajo y volvió a
preguntar: ¿Qué está haciendo? Y le respondió: Estoy ganando el pan para mi
familia. Y continuó observando y más adelante vio a otro tercero que también
preparaba cimientos. Le preguntó: ¿Qué está haciendo? Y le respondió: Estoy
haciendo una obra importante para la comunidad y para Dios. Esto va a ser una
catedral.
Los tres hacían lo mismo. El primero lo hacía
como una pieza más de las máquinas que le rodeaban. Funcionaba. El segundo,
estaba trabajando con entusiasmo porque llevaba el sustento para sus seres más
queridos. El tercero había encontrado en su conciencia un sentido más profundo
y trascendente al mismo trabajo.
Tres maneras de vivir el mismo trabajo, tres
maneras de darle sentido a su esfuerzo y a su entrega con el sudor de su
frente. Sin educación de la interioridad, sin vida interior somos manipulables,
vivimos masificados sin relieve personal, somos piezas de la máquina de un
mundo que nos usa y nos manosea.