EL
MIEDO SE ADUEÑÓ DE LOS VENEZOLANOS
Zenair
Brito Caballero
britozenair@gmail.com
El miedo es una
sensación que normalmente es personal. Cada persona convive con sus
propios miedos según su entorno y los sucesos que lo afectan. Pero cuando
trasciende a otros seres, el miedo se hace colectivo y se apodera de la vida de
muchos, que lo comparten como un mal común. Si se apodera de una multitud,
estamos ante el miedo de masas, que se convierte en pánico y suele provocar
acciones extremas por parte de algunos individuos que pierden el dominio de sí
mismos.
También existe el miedo
resignado que domina a una sociedad, y éste es el que hoy vive la sociedad
venezolana, debido a la falta de seguridad. El miedo se ha incorporado a
nuestra vida como una sombra indeseable y permanente que persigue donde quiera
que estén y ocupa el pensamiento de los ciudadanos sin dejarles trabajar,
divertirse o dormir tranquilos. La ciudadanía venezolana vive en un estado de
inseguridad, sin saber qué hacer, si poner alarmas, si armarse, si adiestrar
perros de guardia, etc.
Es una situación a la
que, además, nuestra sociedad no estaba habituada hasta que llegaron los
socialistas-comunistas. No hace tantos años el venezolano vivía en un ambiente
de tranquilidad casi pueblerina, dejando las puertas de las casas abiertas o
cerradas sin cerrojo, los autos con los vidrios abiertos y salíamos a la calle
a conversar con los vecinos.
La situación no se
resuelve sólo culpando a la Policía, que tampoco sabe bien qué hacer, -o qué
los dejarán hacer -, porque el Poder Judicial usa los "derechos
humanos" para defender a los indeseables en lugar de apoyar a las fuerzas
del orden. El presidente y ahora el vicepresidente y los seguidores del PSUV
culpan a los medios de comunicación, que "exageran" la crónica roja.
¿Por qué el gobierno no
acepta la realidad y asume la responsabilidad? ¿Por qué se empeñan en
decir que la gran batalla es contra el Narcotráfico y las grandes mafias,
contra el imperialismo? El problema de nuestra sociedad está en la delincuencia
juvenil, en los adolescentes que delinquen, que han incorporado la impunidad
como un derecho, y para quienes la propiedad y la vida ajena carecen de valor.
Robar y matar o matar para robar, o simplemente matar porque sí a quien use
otra camiseta que no sea la roja chavista, no tiene para ellos ninguna
importancia, ni jurídica ni moral. Carecen de conflictos de conciencia porque
carecen de valores morales para distinguir entre el bien y el mal.
Estos menores
marginales, hijos de ladrones, drogados y alcohólicos, son ajenos al sistema
educativo que se encuentra absorbido en sus propias luchas gremiales.
En medio de esta
situación surgen otros miedos colaterales: el miedo a defenderse de ladrones y
asesinos imberbes, olvidados del derecho a la legítima defensa, mientras que el
Estado no se siente capaz de defender a sus ciudadanos de esta horda de
desaforados a quienes nadie les pone límites.
Y no es que no se puede,
es que no se quiere. Hay que aparentar el papel de "protectores de los
choros, (condenados a ser delincuentes de por vida) inocentes e irresponsables
víctimas de una sociedad injusta, que por tanto debe tolerarlos sin derecho a
defenderse con las mismas armas con las que son atacados y asesinados.
La inteligencia del
gobierno, brillante para recaudar impuestos, devaluar el bolívar, no controlar
la inflación, no ha sido capaz de instrumentar un solo sistema de
rehabilitación porque eso no les interesa.
Mientras tanto la
sociedad se va acostumbrando a la impunidad y al miedo, a no defenderse y a esperar
que el Gobierno la cuide. Pero lo que ningún gobernante puede predecir son los
límites del miedo. Algún día la población venezolana se va a aburrir de tanta
mentira y de no poder convivir más con el miedo. Y ese día va a llegar, a pesar
de los cálculos políticos de muchos.
El coraje perdido y la
ética olvidada son las únicas armas que tiene la ciudadanía para salvarse del
miedo. Son difíciles de encontrar pero el día llegará que alguien encuentre el
camino de "parar la mano" y podamos salvar a esta democracia
moribunda