INSEGURIDAD Y VIOLENCIA COMO RETO PARA EL NUEVO GOBIERNO
Zenair
Brito Caballero
La
violencia urbana es un grave problema social que afecta y trastorna la
cotidianidad, altera las rutinas ciudadanas y amenaza la integridad de todos.
Esa permanente inseguridad genera zozobra, le resta eficiencia al conjunto de
la sociedad y devora enormes recursos que podrían dedicarse a mejores propósitos.
La violencia urbana en Latinoamérica es una pandemia social que urge de
estudios serios.
Hay
que ir a las causas del mal, a sus orígenes, entender su singularidad, y
la dimensión de su accionar antes de proponer medidas. El sentido común o la
buena fe de los gobernantes no son suficientes. Para adoptar políticas eficaces
hay que partir de diagnósticos eficaces. Lo demás es improvisación sin
resultados.
Según
el PNUD, Latinoamérica, además de ser la región con mayor desigualdad
económico-social, es también la zona más violenta del planeta. Por cada 100.000
habitantes se producen 8 asesinatos/año en el mundo. Latinoamérica, habitada
por el 9% de la población mundial, supera ese índice con un promedio de 27
muertes violentas/año por cada 100.000 habitantes. Desde luego hay grandes
diferencias entre países; en algunos, el indicador antes citado llega a 44.
El
crimen y la brutalidad hacen parte de la cotidianidad y ante la inoperancia de
las políticas implementadas son muchos los que parecen resignados a convivir
con estos males. Es alarmante que 40 de las 50 ciudades más violentas del mundo
estén en Latinoamérica y varias ciudades venezolanas entre ellas.
En
la inseguridad es sobre todo urbana y es
la primera causa de muerte entre los jóvenes. La violencia ha sido una
constante en la historia del país de los últimos 14 años de
socialismo-comunismo. A la violencia política, expresión de la lucha por el
poder, se agrega la violencia social urbana ejecutada por bandas
delincuenciales causantes del 96% de los homicidios.
Entre
los factores que contribuyen a la inseguridad y a la violencia urbana se
destacan el empobrecimiento, la desigualdad, las carencias educativas, la
precariedad democrática que niega la igualdad de oportunidades e impide la
movilidad social, el auge de los circuitos criminales de las drogas, la cultura
del dinero fácil y la corrupción.
Se
suma la escasa confianza en instituciones como la policía y el sistema
judicial. Es una violencia de todos contra todos que no cesa a pesar de las
enormes inversiones en seguridad pública y privada, en equipos, en cuerpos
armados y en cárceles cada vez más gigantescas que en vez de rehabilitar
cultivan el delito
De
las ciudades venezolanas se escriben crónicas que narran el terror que infunden
las caravanas del crimen y acto seguido surgen las recetas de siempre, más
policías y más castigos, es decir, poco de humanismo y mucho de represión. Son
las soluciones típicas cuando la débil democracia ofrece tan poco
Las
bandas delincuenciales representan un fracaso de toda la sociedad y son
resultado de la exclusión escolar y laboral. La escuela atiende poco su función
social de formar jóvenes en nuevos valores. Hoy son más los niños que empiezan
la escuela, pero son muchos los que no terminan.
La
deserción produce graves frustraciones en jóvenes que difícilmente se
incorporan al mercado laboral; en el ocio rompen con su círculo social y son
presa fácil de las bandas criminales. Muchos jóvenes ni estudian ni trabajan.
La proclividad a la delincuencia es inevitable, el alto consumo de alcohol y la
disponibilidad de armas facilitan el proceso
A
lo anterior se suman los contrastes económicos en una Venezuela devastada donde
la opulencia y el derroche gubernamental pretenden convivir con la miseria y la
exclusión y donde las prácticas corruptas se han impuesto como un mecanismo
legítimo de ascenso social. Una ciudad donde los centros comerciales exhiben
toda clase de productos que sólo unos pocos pueden comprar; esos abismos entre
las fantásticas ofertas y la imposibilidad de adquirirlas honradamente impulsan
al delito para resolver las carencias.
De
otra parte la violencia política expulsa de su pueblo a muchas familias que se
trasladan a las principales ciudades
convencidas, que allí encontrarán mejores oportunidades; muchos terminan en
barrios marginales expuestos a la problemática descrita
Superar
la violencia urbana debería ser una prioridad para el futuro gobernante que
salga electo el próximo 14 de abril. No hay por qué vivir en tanta
incertidumbre. Es factible remediar el mal y es posible un mejor vivir. No es
ingenuidad y si lo parece que sea una ingenuidad esperanzadora que inyecte un
poco de optimismo, con un cambio para Venezuela. Todos a rescatar la
democracia. No al socialismo comunismo y si un camino al Progreso y a la
libertad. britozenair@gmail.com