VENEZUELA
SE ZARANDEA ENTRE EL FRAUDE Y LA ILEGITIMIDAD
Zenair
Brito Caballero
La conmoción político-
social que vive Venezuela a raíz de los resultados electorales del pasado
domingo 14 de abril es aterrador, espantoso, horripilante y mantiene expectante
la atención regional, continental y mundial.
Frente a unos resultados
supuestamente tan parejos y discutibles, es indudable que la pasión por el
triunfo tenga encendidos los ánimos y brote cada día más el distanciamiento
entre las huestes de uno y otro bando, reclamando cada quien el éxito
democrático que es sin duda alguna de la oposición.
El asunto se ha ido propagando
fuera de las fronteras venezolanas a todo el mundo, por la situación que aquí
se escenificó a raíz del surgimiento del chavismo en 1998 y las repercusiones
del socialismo-comunismo, que su desaparecido líder trató de imponer a los
venezolanos y como consecuencia de sus posturas, entre soberbias y excéntricas,
que siempre fueron motivo de atención por donde quiera que se moviera.
En estos momentos, los venezolanos
observamos con gran angustia que este trascendental momento no se vaya a
superar dentro del marco de la civilidad, la concordia, la serenidad y la calma
requeridas y que, ojalá así no acontezca.
Este, que fue un torneo
con arrolladora participación ciudadana no se convierta en el
detonante peligroso para el desarrollo de un proceso de violencia cuyas
consecuencias serían impredecibles. En estos casos la cordura enseña que en el
verdadero juego de la democracia hay que saber perder e, igual, hay que saber
ganar, pero ya todos sabemos lo que sucedió el 14 de abril.
Henrique Capriles, el
líder carismático, joven e inteligente luchador político, de un fortalecido y
millonario caudal electoral, ha entendido que la dialéctica de estas
lides se encaminan a establecer que quien alcance el mayor número de
adeptos merece llevar colgado en sus hombros la medalla del triunfo, y si queremos persistir en la lucha, para
demostrar el triunfo electoral, hay que enrolarse para afianzarse hacia la
defensa de los millones de votos obtenidos con una auditoria que de los reales
resultados, porque ya es más que conocido el fraude electoral que colocó a
Maduro como ganador según el CNE, pero no por los millones de votos que dieron
el triunfo a Henrique Capriles Radonski.
Y Nicolás Maduro, el
ungido por el CNE y sus Rectoras socialistas-comunistas, también sabe que ese
medio país que no lo acompañó, somos millones de millones de coterráneos por
los que hay que trabajar con igual esmero, porque después de su supuesto triunfo
la tarea es en favor de todos no solo de sus seguidores chavistas o Psuvistas,
pues alimentar el sectarismo, la intolerancia y el sectarismo político
como lo están haciendo tanto él como sus acólitos es mantener la polarización,
y ello se está convirtiendo en un instrumento peligroso para su estabilidad en
el ejercicio del poder.
El sucesor del
comandante, quien se hace llamar su hijo, a cuya memoria alude con frecuencia, debe
entender que conquistar la gobernabilidad en estos cruciales momentos no
le resulta fácil, por lo que su habilidad como político aprendida de su padre
debe concentrarla en esos propósitos, sobre todo cuando es incuestionable que
el chavismo es un Titanic que ha comenzado a hundirse con sus luces ya
apagadas.
Los
ojos del mundo miran hacía nuestra nación venezolana, más cuando voces
internacionales y millones de sus habitantes clamamos por el reconteo voto a
voto, pero ese mecanismo pareciera que aquí no existe según el CNE, dándole
largas a su inicio.
De
todas maneras lo anhelado es que
en el gobierno y en la oposición, impere la sensatez y la mesura. Necesitamos
ánimo, fe y esperanza para que la verdad derrote a la mentira del gobierno
ilegítimo. AMÉN.