jueves, 30 de mayo de 2013

LA EDUCACIÓN VENEZOLANA DE MAL EN PEOR

LA EDUCACIÓN VENEZOLANA DE MAL EN PEOR

Zenair Brito Caballero

La educación venezolana se encuentra de manos atadas entre el gobierno, el economicismo, la mediocridad y las ataduras del pasado. Estamos preparando preuniversitarios que ni siquiera tienen la capacidad de poder entrar a un aula de estudios superiores. El programa de la educación desde básica hasta el bachillerato, está dirigido a graduar a jóvenes, que con un título entregado con una cinta en el medio, no tienen para donde coger.

Educacion en picada 

Hay que variar el patrón, que el bachillerato tiene por única finalidad entrar a la universidad. Por razones económicas, de preparación, de tiempo y factores colectivos, la mayoría de los bachilleres nunca irá a una universidad. Además, no es posible que la mayoría de los muchachos venezolanos se gradúen cometiendo tantas faltas ortográficas, y desconociendo la base fundamental de las materias que estudian sobre todo en Historia y Geografía de Venezuela.
¡Hay culpables y ustedes saben quienes son! pero lo importante sería hacer cambios urgentes del sistema educativo. Esos cambios no se deben dar solamente por la línea de la ideologización del gobierno, de la Ministra de Educación, del tremendismo politiquero. Las soluciones tienen que ser dadas por consenso con la utilización de los profesores actuales del gobierno y de la oposición, pero tomando las medidas de redirección necesarias.
Hay que definir urgentemente las fallas de la educación venezolana. No es invertir más millones de bolívares en el presupuesto, o subir a la ligera cuando les dé la gana, el salario miserable de los maestros o profesores. Hay que ir al pensum, cambiar metodología y establecer nuevas plataformas.
Una educación moderna no gradúa bachilleres en materias que no le van a servir para el futuro ni cercano ni lejano. Hay  que tener bachilleratos técnicos, para que al tiempo que se pueda ir a una universidad, también se tenga un inicio para ganarse la vida diaria. También tienen que ser purgadas las barreras hacia una educación moderna que hoy tiene el sistema educativo.
Hay que eliminar de un  solo corte las pruebas nacionales, y establecer y que   se cumpla, un período de al menos tres años para cambiar un libro de texto. Con las raras excepciones, el sistema educativo hoy está llenando las calles de bachilleres sin calificaciones y no aptos para entrar al mercado competitivo que les toca vivir.
No se está enseñando para que los jóvenes tengan una llave para el futuro, sino para que los maestros y funcionarios puedan justificar el miserable salario que ganan.
Las fallas son tanto de la escuela pública como de la privada. Es casi el mismo programa de enseñanza. Si no hay modificaciones en el sistema educativo venezolano donde se ofrezca calidad, valores morales y éticos y excelencia, entonces se continuará estrechando y haciendo difícil e imposible  la puerta de entrada a un futuro más seguro y placentero a la juventud venezolana.  



CUANDO SE PIERDE LA FE

CUANDO SE PIERDE LA FE

Zenair Brito Caballero

La fe, como estado de conciencia, como adhesión a una proposición que no goza de certidumbre ni puede ser demostrada, o como aceptación que va más allá de la evidencia lógica o perceptiva, es el sentimiento más arraigado y desarrollado en todos los seres humanos.
Nosotros, como ninguno de los entes que nos acompañan en la aventura de la vida, nos encontramos ante la permanente encrucijada de creer o no creer, de confiar o dudar, de recelar o asegurar lo azaroso de las contingencias que se nos presentan.
Mas nuestra pequeña dimensión de lo que somos, de lo que sabemos y de lo que podemos, nos obliga necesariamente a tener fe, a confiar en algo o en alguien, habida cuenta que sin esperanzas o sin ilusiones, jamás alcanzaríamos un poco de seguridad, y sin garantía nunca podríamos arrostrar las vicisitudes sociales a las que generalmente estamos expuestos.
La fe es, de modo general, una creencia; pero una creencia determinada por el interés que tal o cual hecho nos conmueve. Un ambicioso utilitarista, por ejemplo, tiene fe en las ganancias exorbitadas de su negocio o de su empresa; los padres tenemos inquebrantable fe en el porvenir de nuestros hijos; una mujer deposita su fe en el cariño y en la protección de su esposo, etcétera.
Es por esto que la fe es un convencimiento voluntario, es una fuerza del espíritu que nos impulsa a creer en las cosas que se quiere que sean, no como probables, sino como seguras. Y esto es así, porque entre las cosas que no vislumbramos con exactitud, siempre están aquellas en las que creemos.
Por ello es que la fe se basa en la certidumbre que no somos engañados y, por esto mismo, damos crédito a una cosa, no porque veamos que es tal, sino porque estamos persuadidos con la ilusión o la creencia que subjetivamente nos acompaña. Sin embargo, y aun cuando “todo es más fácil si en la fe se fía”, como asienta el verso final de un soneto de Lupercio; y aun cuando, análogamente, “quien pierde la fe ya no puede perder más”, según la sentencia del poeta latino del siglo primero antes de Cristo, Publio Siro, nadie puede negar que en más de una vez suele perderse la fe, pese a que sólo sea en una mínima parte de la infinita gama de cosas o de hechos que a nuestro derredor acontecen.
De esta manera, muchas veces, sin quererlo, hemos perdido la fe en la justicia como “reina y señora de todas las virtudes”, según la definió el más grande orador que tuvo Roma, Marco Tulio Cicerón (106 – 43 a. de C.), o en los jueces que dejan impunes muchos delitos, pero que condenan a no pocos inocentes.
Hemos perdido la fe en la medicina, cuando ésta resulta peor que la enfermedad, como lo señala el poeta romano Publio Virgilio (70 – 19 a. de C.), en su poemario Eneida; en algunos médicos que exhiben en el cementerio los mejores trofeos de su profesión, según los versos finales del poeta y dramaturgo español Manuel María de Arjona (1585 – 1614), en su irónica obra “A un Médico”.
Hemos perdido la fe en ciertos amigos y amigas a quienes, alguna vez, desinteresadamente ayudamos o protegimos, que en lugar de reciprocarnos las atenciones recibidas o los favores prodigados, nos muerden la mano, no como perro (el perro es noble y fiel con quien le demuestra su afecto), sino como el más venenoso de los ofidios, o el más agresivo de los animales salvajes.
Hemos perdido la fe en quienes, ocultando la amargura de la falsedad, nos engañaron con la apariencia de los más deliciosos almíbares. Hemos perdido la fe en el matrimonio, que en vez de funcionar como el más polífono de los dúos, desentona como el más desafinado de los duetos.
Hemos perdido la fe en no pocos hombres, que situados en la cumbre de nuestra decantada admiración, de pronto se desploman, al advertir sus perversidades, sus deslealtades o felonías.  Con todo, si perdiéramos la fe en algo o en alguien, nos quedan muchísimas cosas en las que podemos seguir teniendo fe, toda vez que si perdiéramos la fe en todo cuanto nos rodea, sería preferible morir, dado que la fe, sin ser la primera de las virtudes, es, por lo menos, el mayor de nuestros consuelos.
La expresión “la fe mueve las montañas”, tiene su origen en el pasaje de San Lucas, capítulo 17, donde se cuenta que Jesús dijo: “…pues en verdad os digo que si tuviesen fe siquiera como un grano de mostaza, diréis a este monte: pásate de aquí allá y se pasará y nada os será imposible”.
La fe es el mejor abrigo y el más fuerte escudo para la seguridad de nuestro camino; por eso yo, permítase que sin ser vanagloriosa diga yo, sigo conservando y robusteciendo mi fe, no obstante que en más de una vez, me haya querido traicionar la desesperanza. Es, pues, la Fe, la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. (Hebreos 11:1)  




POBRE DE TI MARACAY

POBRE DE TI MARACAY

Zenair Brito Caballero 

Con frecuencia me toca caminar en dos direcciones: Deslumbrada por la buena gente que palpita, sueña y se urge, o eludiendo a los canallas y miserables. Y en ese caminar, que no avanza pues voy en la misma proporción en marcha hacia adelante y hacia atrás, sucesivamente, miro el entorno, hermoso, que la naturaleza nos dio sin que los habitantes de este hoy y ahora, tan prosaicos, demostremos gratitud y cuidados hacia el paisaje heredado.

En ese viaje, no siempre hacia el progreso, miro sin ver en toda su dimensión, los frutos de algunos visionarios cubiertos desde el principio por la rabia de los que no pueden ver el éxito ajeno sin intentar dañarlo y, para ir de mal a peor, sabotean a los que conservan el propósito de ser constructores de opciones y posibilidades, pues como sus antepasados, son hacedores de caminos, soñadores de mejores alternativas, observadores de horizontes, obreros de porvenires.

Sembradores de semillas que serán cosechas recolectadas por otros. Ahora que hablo de mi vida en esta Maracay, la ciudad que me adoptó hace muchos años, pues nací en mi Barquisimeto querido, tengo que reconocer que, como sucede en todas las ciudades de Venezuela, Maracay vive una cruda y triste realidad, la de personas que deambulan por las calles y avenidas, sin rumbo, sin destino, sin presente, sin futuro, y lo que es peor: Sin siquiera despertar compasión.

Sucede que hasta los niños perdieron su mayor cualidad: La capacidad de asombro. Y así se les venga encima la vida, no sienten el impacto hasta que los efectos especiales de una película se los demuestre.

Entre lo que hemos perdido, que posee valor de evocación, es la magia. La magia ha muerto en nuestras vidas. El territorio de las alas de los ángeles y los favores de las hadas, está ocupado por la realidad tecnológica y, entonces, donde la imaginación suplía la ignorancia y el temor envolvía todo con un velo de misterio, existen las declaraciones de amor de los truculentos realitys de la televisión.

No quedan, tampoco, perdidos frente a la pantalla del televisor, los juegos de los niños de antes, que olvidaron el aro, las multicolores bolas de cristal, el trompo, la cuerda de saltar, el caballito de madera, las coloridas cartillas de la escuela y cantar: "Pimpón es un muñeco, muy guapo de cartón…”. Todo aquello fue sustituido por portátiles, impresoras y tablas interactivas…

Soy una nostálgica que añora saborear la Maracay que conocí como ciudad jardín de Venezuela, y no me resigno a conllevar  la ciudad presente, ¡desangrándose! Ante la indiferencia de los que tendrán que pedir perdón a nuestros descendientes, si la vida nos alcanza.
Se puede uno apropiar del entorno que le toca vivir por el azar de haber nacido en este lugar y en este tiempo, o por haberlo escogido gracias a diversas circunstancias —voluntarias o no— para bien o para mal. O para nada, ¡que es peor y duele! Se puede vivir admitiendo la derrota, resignándose a la inercia cómplice. O se puede vivir, aún en medio de tantas carencias y dificultades, alimentados por la esperanza y por las realizaciones, no importa lo modestas que puedan ser.


No intento hacer una apología que justifique mi manera de soñar. Hecha trizas de cabalgar sobre nubes, no busco ya el apoyo de complicidades aledañas. Cansada de decir verdades que otros saben bien y callan en pos de torres de humo, yo creo y declaro, que una verdad callada es igual a una luz escondida y que así estruje los siniestros planes de los sin escrúpulos dueños de éxito transitorio, digo, como muchos venezolanos: Acá estoy y acá me quedaré. Ya se verán los resultados…

¡Pobre Maracay! Se convirtió en un pueblo triste, intoxicado por el propagado hábito de pintar con miseria el coraje de los que deciden no apoyarse, ni protegerse, en el respaldo de quienes reparten vergonzosas bulas de éxito y se lucran destruyendo nombres.

(britozenair@gmail.com)

“LA BORRACHERA QUE PROMUEVE EL PODER”

“LA BORRACHERA QUE PROMUEVE EL PODER”

Zenair Brito Caballero

El poder fascina, el poder embriaga,
ideologías vendidas en este mercado de esclavos.
Quién está a salvo?,
quién es capaz de quitarse la etiqueta del precio?
En Venezuela es un momento significativo y oportuno frente a todo lo que viene aconteciendo, la actitud de algunos que hoy se llaman, “dirigentes políticos socialistas-comunistas”. Mucho se ha perdido de aquella época de la mal llamada IV República, en la que él o la persona electoral lograban despertar en su existencia, respeto y admiración. Por lo menos había decencia a la hora de hacer favores políticos, porque hoy todo eso se perdió producto de la borrachera que promueve el poder.
Y no es una simple figura gramatical; es la realidad de muchos de ellos que combinan su ambición por el poder con su adicción al dinero, al buen Whisky de 18 años, casas, apartamentos VIP y otras cosas más. Coincidencialmente quienes han emergido dentro de este grupo rojo-rojito que se enquista de manera preocupante en los cargos públicos, el tema de la juerga, las rumbas, suelen ser la constante. No en vano la soberbia, la prepotencia y el mismo desafío a las autoridades y organismos de control, es una patología propia de quien no actúa en sano juicio.
En medio del jolgorio se coordina todo lo pertinente para motivar ese nefasto tiovivo de la contratación y buscar la manera de hacerle el quite a la ley. No es una generación política, es toda una degeneración política que corrompe, que pervierte y deprava, que logra callar a los demás, que intimida, que amedrenta y que hacen a punta de fraudes o trampas, que los buenos parezcan malos. Lo que vive Venezuela entre algunos actores administrativos que se enriquecen de lo público es algo muy preocupante.
Los seguidores de este estilo socialista-comunista a la Cubana, están hoy literalmente hinchados y abultados por el poder. Se les nota en su aspecto físico; pierden la expresión noble de sus rostros del pasado, esas mismas caras modositas y que buenas, las cuales lograron hacer creer a muchos que iban a encarnar el cambio, pero que hoy nos demuestran que son peor a todo lo que aquí en materia política ha existido.
Violan de frente la Constitución, las Leyes, los Reglamentos, las normas, los principios —cuando no es que compran a quienes deben impartir justicia— no respetan las leyes ni a nadie, porque los Poderes Públicos son apéndices del Ejecutivo, y son tan testarudos e intransigentes que salen a decir que tienen la razón. Pierden la noción del mando y se creen unos emperadores o reyezuelos que gobiernan unas regiones donde la Constitución de 1999 y las leyes venezolanas no aplican.
El poder los enajena, los enloquece, los chifla, les apasiona vivir rodeados por afrodescendientes escoltas cubanos particulares con cara de malos que intimidan al mismo demonio. En otros casos —por lo demás bien incomprensibles— la misma Policía Nacional que algún día los puede capturar, es la que los tiene que cuidar.
Así se están perfilando los dueños del poder en toda Venezuela desde hace 14 años; lo digo con dolor y con modestia, “pero es el silencio y la actitud pasiva de muchos venezolanos, la mejor garantía para que ellos sigan reinando”. Ellos intimidan y asustan a quienes los siguen. A pesar de que muchos de sus subalternos contratados no comparten estos estilos, el temor que imparten hace que la gente se quede callada, protegiendo un contrato y su estabilidad laboral.
Está en nuestras manos amigos lectores, permitir que la Nación Venezolana sea cuna de este tipo de especímenes. Tenemos que actuar transformando la sociedad en todos sus espacios, recuperando la decencia y los valores morales y éticos, desde el hogar y las aulas de clase, dejando a un lado el silencio y reivindicando las prácticas del buen gobierno democrático. Dios permita que más de uno, pase el guayabo tras las rejas, y al que le caiga el guante pague verdaderamente las fechorías cometidas. Esa debería ser la verdadera Ley del Talión: “ojo por ojo y diente por diente”   


“LA ESPERANZA ES EL SUEÑO DEL HOMBRE DESPIERTO”

“LA ESPERANZA ES EL SUEÑO DEL HOMBRE DESPIERTO”

Zenair Brito Caballero

Como un monstruo, el desaliento, el desánimo petrifica corazones y ciega ojos y entendimiento. Los grandes modelos políticos de la última mitad del siglo XX se han derrumbado; las utopías políticas y sociales yacen bajo los escombros de las experiencias fallidas, el socialismo terminó en dictadura y el libre mercado en una hipócrita y falsa bonanza que ha ensanchado hasta niveles inconmensurables la brecha entre los ricos y los pobres; el consumismo, ese dios del postmodernismo, ha contribuido a  crear una sociedad desalmada, en la cual la medida del valor de la persona humana es la posesión de “cosas” y el olvido del espíritu.
En Venezuela, lo que se anunció como un paso de “la locura a la esperanza”, se revela hoy como una esperanza derrotada, porque las causas fundamentales de aquella locura continúan intactas: la injusticia social, la exclusión, el hambre, la miseria, la pobreza, el desempleo y la inequidad social y económica no han sido superadas.
La crueldad del militarismo, tiene hoy su contrapartida en la violencia social, en la polarización, la corrupción, el narcotráfico, la delincuencia. El despotismo militar sustentado por una camarilla voraz, no fue sustituido por un sistema realmente democrático, sino por un régimen en los que el poder lo ejerce una casta roja-rojita afincada en partidos electorales socialistas-comunistas cada vez menos políticos y más institucionales, movidos por los vaivenes de los proveedores y no por las necesidades de las mayorías.
Es sombría nuestra realidad venezolana, y el desaliento, la desesperanza parecen ser el nuevo fantasma que recorre nuestra nación; pero, en lugar de desesperanzarnos ante tanto conflicto social, debemos comprender que la fuerza para superarlos radica en la esperanza, en la expectación. Eso sí, en una esperanza activa. No se trata de esperar que las cosas ocurran y de sentarnos a ver pasar los días y las semanas confiando en que mañana todo será mejor, sino de actuar para que nuestra esperanza vuelva realidad lo esperado, ser protagonistas de los acontecimientos y no objetos pasivos.
Decía Aristóteles que “La esperanza es el sueño del hombre despierto” por ello titulé este artículo así. Tener esperanza es estar despierto, pero además es esforzarnos por hacer que las cosas sucedan, tal como lo expresa el salmista: “Esforzaos todos vosotros los que esperáis en DIOS, Y tome aliento vuestro corazón.” (Sal 31:24). Y, tal esfuerzo debe estar acompañado de Fe.
La esperanza, ya sea individual o colectiva, es un esperar algo que se producirá en el futuro, algo que no vemos, que acaso nos parece intangible, y porque no lo vemos tendemos a desesperanzarnos y asumir una posición derrotista, pero la Fe, como la describe el autor de la Carta a los Hebreos (11:1) es “la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.” Esa certeza y esa convicción son las que impregnan nuestra esperanza de voluntad y conducen nuestros actos hacia la consecución de lo que esperamos.
Independientemente de nuestras creencias, para vivir no podemos renunciar a la esperanza. Un hombre sin esperanza es sólo un remedo de hombre, un ente sin sueños ni aspiraciones, un vacío cubierto de piel.
Mas, también es cierto que nuestra esperanza puede estar basada en razones endebles, provisorias y equívocas. ¿Cuántas veces hemos puesto nuestra esperanza en los políticos, en la bondad de los ricos y la cacareada “detención económica”, en pastores y sacerdotes? Y tantas veces hemos visto derrotadas nuestras esperanzas.
Es porque nuestra esperanza ha nacido de los antivalores de una sociedad que promueve el divisionismo procaz, el egoísmo del “sálvese quien pueda”. Así, más que una verdadera esperanza activa y amorosa que incluya a nuestro prójimo, hemos cultivado una falsa esperanza que reproduce los vicios del sistema, en la cual el centro y los beneficios de lo que esperamos es la satisfacción de los intereses personales, la consecución de los medios por los cuales adquiero poder sobre los demás y no el bien común.
Los cristianos no podemos vanagloriarnos de esa “esperanza”. Al contrario, nuestra esperanza debe tener como referente el reinado de Dios en la tierra. De allí que nuestra esperanza irrenunciable es Jesucristo.
Esto no quiere decir que renunciamos a la esperanza que se deriva de los actos de los hombres, sino que, por gracia de las enseñanzas del Resucitado, nuestra esperanza se centra en la reivindicación de todos los hombres y mujeres que mantienen firme su esperanza contra toda desesperanza y luchan por una mejor Venezuela.