POBRE
DE TI MARACAY
Zenair
Brito Caballero
Con frecuencia me toca caminar en dos direcciones: Deslumbrada por
la buena gente que palpita, sueña y se urge, o eludiendo a los canallas y
miserables. Y en ese caminar, que no avanza pues voy en la misma proporción en
marcha hacia adelante y hacia atrás, sucesivamente, miro el entorno, hermoso,
que la naturaleza nos dio sin que los habitantes de este hoy y ahora, tan
prosaicos, demostremos gratitud y cuidados hacia el paisaje heredado.
En ese viaje, no siempre hacia el progreso, miro sin ver en toda
su dimensión, los frutos de algunos visionarios cubiertos desde el principio
por la rabia de los que no pueden ver el éxito ajeno sin intentar dañarlo y,
para ir de mal a peor, sabotean a los que conservan el propósito de ser
constructores de opciones y posibilidades, pues como sus antepasados, son
hacedores de caminos, soñadores de mejores alternativas, observadores de
horizontes, obreros de porvenires.
Sembradores de semillas que serán cosechas recolectadas por otros.
Ahora que hablo de mi vida en esta Maracay, la ciudad que me adoptó hace muchos
años, pues nací en mi Barquisimeto querido, tengo que reconocer que, como
sucede en todas las ciudades de Venezuela, Maracay vive una cruda y triste realidad,
la de personas que deambulan por las calles y avenidas, sin rumbo, sin destino,
sin presente, sin futuro, y lo que es peor: Sin siquiera despertar compasión.
Sucede que hasta los niños perdieron su mayor cualidad: La
capacidad de asombro. Y así se les venga encima la vida, no sienten el impacto
hasta que los efectos especiales de una película se los demuestre.
Entre lo que hemos perdido, que posee valor de evocación, es la
magia. La magia ha muerto en nuestras vidas. El territorio de las alas de los
ángeles y los favores de las hadas, está ocupado por la realidad tecnológica y,
entonces, donde la imaginación suplía la ignorancia y el temor envolvía todo
con un velo de misterio, existen las declaraciones de amor de los truculentos
realitys de la televisión.
No quedan, tampoco, perdidos frente a la pantalla del televisor,
los juegos de los niños de antes, que olvidaron el aro, las multicolores bolas
de cristal, el trompo, la cuerda de saltar, el caballito de madera, las
coloridas cartillas de la escuela y cantar: "Pimpón es un muñeco, muy
guapo de cartón…”. Todo aquello fue sustituido por portátiles, impresoras y
tablas interactivas…
Soy una nostálgica que añora saborear la Maracay que conocí como
ciudad jardín de Venezuela, y no me resigno a conllevar la ciudad presente, ¡desangrándose! Ante la indiferencia
de los que tendrán que pedir perdón a nuestros descendientes, si la vida nos
alcanza.
Se puede uno apropiar del entorno que le toca vivir por el azar de
haber nacido en este lugar y en este tiempo, o por haberlo escogido gracias a
diversas circunstancias —voluntarias o no— para bien o para mal. O para nada,
¡que es peor y duele! Se puede vivir admitiendo la derrota, resignándose a la
inercia cómplice. O se puede vivir, aún en medio de tantas carencias y
dificultades, alimentados por la esperanza y por las realizaciones, no importa
lo modestas que puedan ser.
No intento hacer una apología que justifique mi manera de soñar.
Hecha trizas de cabalgar sobre nubes, no busco ya el apoyo de complicidades aledañas.
Cansada de decir verdades que otros saben bien y callan en pos de torres de
humo, yo creo y declaro, que una verdad callada es igual a una luz escondida y
que así estruje los siniestros planes de los sin escrúpulos dueños de éxito
transitorio, digo, como muchos venezolanos: Acá estoy y acá me quedaré. Ya se
verán los resultados…
¡Pobre Maracay! Se convirtió en un pueblo triste, intoxicado por el propagado hábito de pintar con miseria el coraje de los que deciden no apoyarse, ni protegerse, en el respaldo de quienes reparten vergonzosas bulas de éxito y se lucran destruyendo nombres.
(britozenair@gmail.com)
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