lunes, 14 de octubre de 2013

"LA ESCLAVITUD MÁS DENIGRANTE ES LA DE SER ESCLAVO DE UNO MISMO".

"LA ESCLAVITUD MÁS DENIGRANTE ES LA DE SER ESCLAVO DE UNO MISMO".
Zenair Brito Caballero
Hoy, después de varias semanas sin escribir, desmotivada por todo lo que ocurre en nuestro país, tomo nuevamente prestada la pluma de Cervantes para garabatear desde mi imperfección.
Muchos dicen "Las palabras pueden con todo". Sí, pero el corazón dicta verdades irrefutables sobre la naturaleza humana, y aunque las sabemos, solemos resbalar en el  primer obstáculo que encontramos; no por eso la verdad se convierte en mentira, ni la persona en embustera. Es solo un ser humano luchando con sus fortalezas contra sus debilidades con el beneficio de la conciencia despierta. 
Todos cargamos sin que nos percatemos con cadenas heredadas de generaciones pasadas, que muy pocos se atreven a romper aunque logren darse cuenta de sus efectos destructores.  Vemos el ejemplo de personas mitómanas y manipuladoras que en su niñez fueron motivadas por adultos que les sirvieron de ejemplo, al utilizar esos métodos con desparpajo para lograr subsistir.
Otras andan cargadas de falsos orgullos, linajes y aristocracias rancias donde con el paso del tiempo desapareció el motivo que estimulaba tal sentimiento, pero no se murió la viciosa presunción. También encontramos las herencias racistas donde se recuerda con beneplácito al abuelo de descendencia europea, blanco y de ojos azules, y se desdice del color oscuro aunque lo lleven los miembros actuales de la  familia  plasmados en su cuerpo y en su sangre.
Y qué decir del temperamento enojoso y criticón, siempre irritado, de mal genio, que todo lo repele, donde nada está bien. Y aquella actitud de suficiencia  y soberbia que humilla y rechaza cualquier posición que difiera de la personal, utilizando palabras peyorativas, desdeñosas e insultantes para mostrar su desacuerdo; los tonos de voz aplastantes, denigrantes e hirientes.
Peor aún la herencia del miedo a la vida, saturada de culpas y temores agobiantes, agravada por la inseguridad y el negativismo, con trazas de autocompasión. Y mucho más grave llevar a cuestas sentimientos sombríos, lujuriosos,  de maldad, de odio y crueldad arrastrados como cadenas desde épocas desconocidas.     
Todas las anteriores y muchas más formas de herencias generacionales comportamentales impiden avanzar en la vida, mirar de frente los problemas pero también las soluciones.
De esta manera es casi imposible sostener una convivencia en paz con uno mismo y con los demás. Conviene entonces ser lo suficientemente honesto para darse cuenta que es obligatorio un juicio íntimo, privado y responsable donde nos atrevamos a mirarnos con sentido autofiscalizador, donde seamos capaces de hacernos preguntas y de responderlas en forma sincera y justa, utilizando gran capacidad de discernimiento y sensatez, que nos permitan reconocer que somos transportadores inconscientes, mecanizados e involuntarios de legados absurdos, pesados  e innecesarios. 
¿Qué sentido tiene estar repitiendo una actitud espantosa y demoledora de la felicidad, de generación en generación? Si la bisabuela o el abuelo fueron de X o Y manera, esas actitudes debieron morir con ellos. 
En esta tarea es imprescindible la presencia del maestro oculto en nuestro corazón, el sabio Interior, ese ser superior que nos lleva de la mano y nos ayuda a superar obstáculos. Quienes son obstinados en creer que solos pueden superar los conflictos particulares están desaprovechando la sabiduría del mundo espiritual que los habita, les da vida y se ofrece sin condicionamientos. Solo debe imperar la buena intención, una actitud humilde, el deseo de cambio y una confianza absoluta en que podemos lograrlo en compañía de seres de luz. 

Escribió Séneca: "La esclavitud más denigrante es la de ser esclavo de uno mismo" y por ello es el nombre de mi artículo de hoy.