LO QUE NO VEMOS, PERO SENTIMOS
Zenair Brito Caballero
(britozenair@gmail.com)
Son muchas las cosas que no vemos, que nuestros ojos
no enfocan, pero que nuestra sensibilidad y percepción adivinan. ¿Qué es el
miedo? Nunca lo hemos visto, no tiene rostro, pero nuestro ser lo percibe.
De pronto es el silencio repentino que ciertas
situaciones desatan. Quizás es esa necesidad indescifrable de huir, de
escondernos, de hacernos invisibles lo que un simple ruido o una oscuridad
repentina traen incontroladamente a nuestro ánimo. “¿Quién ha visto el viento?
Ni tú ni yo.
Pero cuando los árboles se inclinan está pasando el
viento” dice bellamente la escritora argentina Cristina Rossetti. Y el temor
tiene una figura y si no la tiene se la inventamos. Necesitamos de ella para
tenerla junto a nosotros para que nos acompañe. Cuando éramos pequeños y mi
padre empezaba a decir casi como en un murmullo: “Erase que se era en el país
de Nunca Jamás…” esa voz inolvidable estaba encendiendo en nosotros la luz y la
imaginación que la vida en muchas circunstancias exige.
El descorrió el velo de nuestra fantasía que pintó de
colores la gran casa, las escaleras de ladrillo, el corredor interminable,
donde después de media noche los fantasmas hablaban. Y uno era verde y el otro
rojo y el más silencioso era el naranja. Y entonces la vida fue tomando un
rostro que poco a poco fuimos conociendo y amando.
Y el temor se esfumó. Han pasado los años…La vida fue
cambiando. Y la seguridad que acompañó nuestra infancia se borró por completo.
Nació, entonces, la violencia y con ella el temor. Cuando en la alta noche
oímos volar los helicópteros pensamos en las personas que los conducen y que
arriesgan su vida por nuestra tranquilidad.
No los conocemos, no sabemos sus nombres. Ignoramos su
historia. Pero están allí. Sobre un cielo estrellado o un horizonte lluvioso e
inmensamente solitario. Existen y cumplen su tarea. Porque a cada uno de
nosotros le fue encomendada una labor ya que el solo hecho de respirar nos
entrega el inmenso deber de vivir de acuerdo con la responsabilidad que esto
trae.
Son muchas las personas que hoy con esta incontrolable violencia que nos rodea desaparecen. Lo más doloroso de este relato es que hasta lo más terrible se volvió costumbre. La prensa, la radio, la televisión reproducen esta tragedia que día a día se repite.
Y lo peor: nos estamos resignando a ella. Gozábamos de
la paz que la ciudad entera respiraba. Ahora sabemos que el miedo tiene un
rostro. Y la ausencia inesperada y larga del hermano anuncia una tragedia. Ya
no se lucha.
Nuestro destino está en manos desconocidas. Cada
suceso tiene entonces un sello, un perfil, una figura que la misma ansiedad y
frustración dibujan y que nos dice que es necesario que esta atroz beligerancia
termine pues somos merecedores del comienzo de una vida hecha para la paz y la
fraternidad. Hay un camino para lograrlo EL DEL PROGRESO