REFLEXIONES SOBRE LA LIBERTAD
Zenair Brito Caballero
(britozenair@gmail.com)
La libertad existe. No es un sueño. Es una ciudad venezolana, una estatua en Nueva York, o el Corcovado de Rio de Janeiro y un concepto importante para muchos humanos, aunque no todos lo entendemos, o apreciamos por igual. La historia de la libertad se remonta más allá de la Revolución Francesa, en 1789.
REGALO DE FRACIA |
Tiene que ver con
nuestra esencia, que no es accidental, como parece cuando estamos angustiados,
confundidos, o atribulados. Algunos creen que libertad es ausencia de
coerción, aunque eso es difícil de alcanzar por nuestras necesidades,
ansiedades y demás debilidades, que nos atan, aparte de las leyes que tratan de
regular, sin mucho éxito, nuestra conducta, que no es errática porque somos
libres.
Otros piensan que la
libertad es un concepto económico, como el intercambio de bienes y servicios.
Pero esa versión también es limitante, puesto que no solo lo mercantil define
nuestra humanidad, siendo nuestra razón y nuestra voluntad las que dan origen a
nuestra libertad, un concepto filosófico.
Homo erectus, homo
económicus y homo sapiens somos el mismo, pero homo libertas es el que nos
distingue de la Madre Tierra, que nos mima y acaricia con furia de huracanes y
terremotos. Ese miedo a la libertad, decía uno de mis autores favoritos un
psicólogo que se llamaba Eric Fromm, nos hace buscar seguridad en forma
compulsiva, lo que acentúa nuestra neurosis existencial cuando no encontramos
suficiente amor y comprensión.
Buscamos seguridad
dentro de la incertidumbre, porque incierta es nuestra vida, no nuestra muerte.
Y eso es lo que nos impide ser libres,
conduciéndonos a veces a obsesiones indeseables, o a formas de
organización social destructivas. La palabra libertad fue escrita por primera
vez hace miles de años, en el idioma cuneiforme de los sumerios, aunque es
probable que el concepto existía antes que hubieran idiomas escritos.
Eso jamás lo sabremos,
pero lo que si sabemos es que la libertad es anterior a la burguesía, un concepto
del siglo XVIII cuyo origen etimológico es “burg”, o aldea en Alemán, de donde
vienen Friburgo, Hamburgo y otras ciudades, donde ahora viven más de la mitad
de los humanos.
La palabra burguesía
ha sido utilizada para describir la clase media, o explotadora como la
denominan los socialistas-comunistas, en contraste al proletariado, o clase
explotada, que según algunos posee más fuerza física que intelecto y
sentimiento.
Todos los humanos, sin
distingos de raza, posición, o condición y aparte del estamento en que nos
ubiquen, tenemos materia, pensamientos y sentimientos. Pero no es suficiente
tener, porque necesitamos, además, ser y hacer, para definir nuestra
existencia, que no depende de teorías económicas, sociológicas, o psicológicas,
sino de acciones libres, racionales y voluntarias.
El sentido de libertad
no depende del perfume, ni de la capacidad económica, ni de la fuerza que
tenemos, sino de lo que somos y hacemos. Me siento libre porque soy humana. No
porque soy burguesa, proletaria, o venezolana. La condición de libre no la
define el estamento, sino el sentimiento, como sabemos los libertos que
actuamos con respeto a la dignidad, sin abuso, ni explotación de temores y
obsesiones ajenas.
Esa libertad es una,
como la entendemos los libertos en política, en economía, en América, o en
Oceanía. No es positiva, ni negativa, ni de algo, ni para algo, porque no es un
fin, sino un medio para tratar de alcanzar la felicidad que todos buscamos. En
todo caso, la libertad sirve para definir la esclavitud, así como la burguesía
sirve para definir el proletariado, que por ser humano también es libre.