viernes, 23 de noviembre de 2012

REFLEXIONES SOBRE LA LIBERTAD


REFLEXIONES SOBRE LA LIBERTAD
Zenair Brito Caballero
 (britozenair@gmail.com)

La libertad existe. No es un sueño. Es una ciudad venezolana, una estatua en Nueva York, o el Corcovado de Rio de Janeiro y un concepto importante para muchos humanos, aunque no todos lo entendemos, o apreciamos por igual. La historia de la libertad se remonta más allá de la Revolución Francesa, en 1789.

REGALO DE FRACIA
Tiene que ver con nuestra esencia, que no es accidental, como parece cuando estamos angustiados, confundidos,  o atribulados. Algunos creen que libertad es ausencia de coerción, aunque eso es difícil de alcanzar por nuestras necesidades, ansiedades y demás debilidades, que nos atan, aparte de las leyes que tratan de regular, sin mucho éxito, nuestra conducta, que no es errática porque somos libres.

Otros piensan que la libertad es un concepto económico, como el intercambio de bienes y servicios. Pero esa versión también es limitante, puesto que no solo lo mercantil define nuestra humanidad, siendo nuestra razón y nuestra voluntad las que dan origen a nuestra libertad, un concepto filosófico.

Homo erectus, homo económicus y homo sapiens somos el mismo, pero homo libertas es el que nos distingue de la Madre Tierra, que nos mima y acaricia con furia de huracanes y terremotos. Ese miedo a la libertad, decía uno de mis autores favoritos un psicólogo que se llamaba Eric Fromm, nos hace buscar seguridad en forma compulsiva, lo que acentúa nuestra neurosis existencial cuando no encontramos suficiente amor y comprensión.

Buscamos seguridad dentro de la incertidumbre, porque incierta es nuestra vida, no nuestra muerte. Y eso es lo que nos impide ser libres,   conduciéndonos a veces a obsesiones indeseables, o a formas de organización social destructivas. La palabra libertad fue escrita por primera vez hace miles de años, en el idioma cuneiforme de los sumerios, aunque es probable que el concepto existía antes que hubieran idiomas escritos.

Eso jamás lo sabremos, pero lo que si sabemos es que la libertad es anterior a la burguesía, un concepto del siglo XVIII cuyo origen etimológico es “burg”, o aldea en Alemán, de donde vienen Friburgo, Hamburgo y otras ciudades, donde ahora viven más de la mitad de los humanos.

La palabra burguesía ha sido utilizada para describir la clase media, o explotadora como la denominan los socialistas-comunistas, en contraste al proletariado, o clase explotada, que según algunos posee más fuerza física que intelecto y sentimiento.

Todos los humanos, sin distingos de raza, posición, o condición y aparte del estamento en que nos ubiquen, tenemos materia, pensamientos y sentimientos. Pero no es suficiente tener, porque necesitamos, además, ser y hacer, para definir nuestra existencia, que no depende de teorías económicas, sociológicas, o psicológicas, sino de acciones libres, racionales y voluntarias.

El sentido de libertad no depende del perfume, ni de la capacidad económica, ni de la fuerza que tenemos, sino de lo que somos y hacemos. Me siento libre porque soy humana. No porque soy burguesa, proletaria, o venezolana. La condición de libre no la define el estamento, sino el sentimiento, como sabemos los libertos que actuamos con respeto a la dignidad, sin abuso, ni explotación de temores y obsesiones ajenas.

Esa libertad es una, como la entendemos los libertos en política, en economía, en América, o en Oceanía. No es positiva, ni negativa, ni de algo, ni para algo, porque no es un fin, sino un medio para tratar de alcanzar la felicidad que todos buscamos. En todo caso, la libertad sirve para definir la esclavitud, así como la burguesía sirve para definir el proletariado, que por ser humano también es libre.

“TODOS SOMOS RESPONSABLES DEL PAÍS QUE TENEMOS”

 “TODOS SOMOS RESPONSABLES DEL PAÍS QUE TENEMOS”

ZENAIR BRITO CABALLERO,

 ¿Por qué en los últimos catorce años, un alto porcentaje de los venezolanos y las venezolanas han decidido votar en todas las elecciones por la misma opción política? ¿Será esto la culminación de la democracia como sistema político o la perpetuidad de una clase dominante socialista-comunista?

Pareciera que desde 1998, cuando el presidente Caldera entregara el control del Estado al teniente coronel, no hemos cambiado de gobierno, más bien hemos venido asistiendo una continuidad en la silla presidencial como los reyes en el trono.

Las razones de estas circunstancias pueden ser muchas y de diversos orígenes. Por decir, ¿Será que el ciudadano o ciudadana promedio no se da cuenta de la condición precaria en la que vive? ¿Será que vivimos esperando un cambio milagroso de quienes están en el poder? Sin embargo, las evidencias demuestran que no podemos esperar un milagro.

La elección presidencial del pasado 7 de octubre donde se reeligió por 6 años más al comandante, después de 14 años nefastos de gestión gubernamental ¿cuánto hará por mejorar la situación crítica que vive la economía venezolana? Quizá muy poco, considerando la situación mundial y los problemas estructurales que se han venido creando a lo largo de la década pasada; pero, nos quedaremos sin conocer el significado de la alternancia, uno de los principios fundamentales de todo sistema que se presume democrático.

Además, sin un cambio en la conducción del Estado que haga posible sentar las bases para un cambio estructural que permita la reproducción de la vida de manera más digna. ¿Será que, debido a las repetidas campañas engañosas a las que no hemos enfrentado en los últimos 14 años, nos hemos acostumbrado a esa ley perversa de las promesas sin cumplir? y esto ha permitido que el círculo vicioso donde los partidos políticos prometen cosas que no están en capacidad de cumplir se acentúe.

Porque ¿de qué otro modo se explica la permanencia en el gobierno del partido oficialista rojo-rojito PSUV, que sigue haciendo las mismas promesas de las campañas pasadas y que en 14 años no ha cumplido ni cumplirá?

Por mencionar algunas cosas: los miles de empleos que se dijo crearía, el país de propietarios que prometió, el precario presupuesto asignado a los hospitales en el “gobierno revolucionario socialista con sentido humano” y un largo etcétera que daría para muchos artículos de opinión.

Otro elemento que ha contribuido a la construcción de una ciudadanía débil y poco reactiva ante las circunstancias son los llamados el cuarto poder: los medios de comunicación, que no solo nos dan la noticia (también) nos dan el lente para verla, para referirse a los hechos que se presentan y el tratamiento de ellos en la mayoría de los medios de comunicación masiva.

Parece que el llamado cuarto poder cada vez se distancia más de su tarea original: fiscalizar la gestión pública y el devenir de la sociedad. Se han vuelto muchos de ellos, los aliados perfectos para perpetuar el Status Quo. Han construido ciudadanías domesticadas como diría Noam Chomsky.

Al parecer, este hacer de las empresas mediáticas se ha encargado de inhibir la capacidad de cuestionar, razonar, criticar. La realidad se opaca ante  la retahíla de noticias que vemos, leemos y oímos y que nos dan la falsa sensación de estar informados de tal manera que  se nos oculta la realidad que nos circunda.

En medio de todo esto uno se pregunta ¿Dónde está el pueblo? ¿Por qué no se oye su voz? Parece que las viejas costumbres heredadas de 14 años de freno lo han enmudecido. Parece que las políticas veladas del miedo y la ignorancia implantadas por los que no quieren un pueblo pensante y demandante, han hecho mella en el espíritu popular.

Porque lo que estamos viviendo provoca expresarse, resistir y resistirse a la forma en que se gobierna a favor de unos pocos y en perjuicio de las mayorías. Las coyunturas electorales deberían servir para que los ciudadanos y ciudadanas tuviéramos información sobre los programas de gobierno, ideologías (dichas por el mismo partido y no por el adversario) y por supuesto la promoción de sus candidatos, sin embargo, el engaño, la difamación, la descalificación de los adversarios, todas muy dañinas para la democracia, es lo que escuchamos.

A esto hay que sumarle las vergonzosas campañas de miedo e intimidación en empresas estatales y privadas, que, lamentablemente después de más de una década, siguen teniendo los mismos efectos. Al hablar de venezolanidad, las verdaderas intenciones, - deplorables en mucha ocasiones - se esconden en medio de discursos patrioteros muy alejados de la realidad que afecta al pueblo venezolano.

¿Y entonces quiénes son los responsables de esta situación? vale la pena aclarar que no es responsabilidad de un sector solamente, a juicio nuestro, es una responsabilidad de tres lados, estas partes se alimentan entre ellas en un círculo vicioso que se debe romper.

Por una parte, los partidos políticos, por su incapacidad de involucrar en sus estructuras al pueblo, de modo que no sea visible sólo en las elecciones en una expresión utilitarista. Por no darle el lugar que debiera en la toma de decisiones, por ignorar la verdad de que son y existen porque hay un pueblo sobre el cual descansan. Por no oír su enmudecida voz y no saber interpretar sus voluntades.

Por no ser capaces de trascender las ideologías y construir relaciones cordiales, respetuosas, tolerantes, fundamentales para la consolidación de un Estado democrático. Por negarnos el derecho que tenemos como ciudadanos (as) de elegir en completa libertad y no por intimidaciones, manipulaciones y chantajes. Estas situaciones son posibles porque cuentan con la complicidad de algunos medios parcializados del gobierno rojo-rojito, que olvidan que son responsables de informar y  comunicar.

Nosotros, la sociedad civil, quienes tenemos pendiente la tarea de abrir nuestros sentidos, para exigir tanto a los políticos como a los medios: transparencia en la gestión de los primeros y compromiso con la ciudadanía, y los principios fundamentales de un periodismo ético a los segundos. La responsabilidad no es exclusivamente de uno o de otro sector de la sociedad, todos somos responsables del país que tenemos y del país que podríamos tener.

britozenair@gmail.com

¿SE HA CONTAMINADO LA DEMOCRACIA CONTEMPORÁNEA?


¿SE HA CONTAMINADO LA DEMOCRACIA CONTEMPORÁNEA?
Zenair Brito Caballero 
(britozenair@gmail.com)

Quienes han venido leyendo y siguiendo con cierto detenimiento algunos de mis artículos de opinión sobre democracia participativa y representativa, seguramente habrán caído en la cuenta de cuán nebulosas son nuestras ideas y cuán apegados nos sentimos todavía a los trillados conceptos de nuestros viejos manuales.

La política, sin embargo, es un acontecer sinuoso lleno de contingencias y sesgos imprevistos, y hace que la razón práctica de los gobernantes vaya creando inéditas respuestas para cada tiempo. No obstante, de esta compleja multiplicidad podemos rescatar tres o cuatro cuestiones de las más serias que la democracia de nuestro tiempo nos plantea.

En primer lugar, la ciencia y la experiencia política de estos dos o tres últimos siglos nos han mostrado que la participación del pueblo es lo prioritario y fundamental. Hacer que todos los ciudadanos, con entera libertad e igualdad de recursos, tengan acceso a las determinaciones y gestiones del bien común.

La representación aparece luego como el camino más adecuado para este acceso del llano pueblo a la ordenación y conducción de la comunidad. Pero, al mismo tiempo, de sobra se ha experimentado que la educación moral y la cultura cívica son las grandes tareas en que el pueblo debe empeñarse para lograr siquiera una relativa madurez humana.

Gente obtusa y ruda no puede digerir una auténtica democracia; una y otra vez querrán volver al cacicazgo. Se comprende bien, entonces, por qué a ciertos pueblos culturalmente subdesarrollados se les hace cuesta arriba practicar la democracia. Y parece mentira que la torpeza de ciertos líderes solo piense satisfacer a la pobre gente con pan y circo.

Frente a la práctica de la representación por medio de los partidos, la crítica es mucha más severa y de más difícil solución. Porque los partidos políticos, que de primera intención parecen ser los canales naturales de formación y expresión de la opinión pública, se hallan hoy día frecuentemente desnutridos y desorientados, sin doctrina y sin dinamismo.
A la hora de las elecciones se los convoca y a la hora de la revolución o alzamientos se los exacerba. Ni siquiera a los más inexpertos se les escapa que las “listas sábanas” con que los partidos concurren a las elecciones se hallan muy lejos de una robusta conciencia de bien común.
Los partidos se condenan y se vilipendian recíprocamente en el trayecto de las largas jornadas electorales. Los ciudadanos que son elegidos y van al Parlamento u otros cargos electivos no representan al pueblo, sino a sus propias agrupaciones partidarias; y en el peor de los casos solo emiten su voz y su voto, dogmáticamente atados al dictamen de sus caudillos; son simples embajadores de sus virreyes. Todo ello, con su buena dosis de exageración o como se quiera, está indicando grosso modo el descrédito con que funciona la representación del pueblo a través de los partidos.

Así pues, la democracia auténtica es más un horizonte político de libertad e igualdad y autonomía, regalo del cielo antes que logro de nuestra penosa historia. No podemos olvidar, sin embargo, que la democracia contemporánea se ha envenenado en este último siglo que ha pasado con una doctrina tóxica de una incalculable trascendencia cultural.

Hablamos del relativismo agnóstico que ha quitado todo fundamento roqueño a la cultura del hombre. No hay principios ni valores ciertos y firmes que den sentido último a la existencia humana. “Nada es verdad ni mentira; solo es según el color del cristal con que se mira.” Vivimos y convivimos a la deriva, como los camalotes llevados por la creciente o los cascotes de la calle que de tumbo en tumbo arrastran los raudales de los grandes aguaceros de verano.

Sólo hay que afanarse por lo útil y placentero del aquí y del ahora. Consuela pensar que dos grandes filósofos franceses, J. Maritain y H. Bergson, han afirmado casi al mismo tiempo, en años de la Segunda Guerra Mundial, que la democracia tiene raíces bíblicas y que Cristo ha traído al mundo la más profunda igualdad con que pueden fraternizar y convivir los seres humanos todos.