viernes, 19 de julio de 2013

LA ESPERANZA ES EL SUEÑO DEL HOMBRE DESPIERTO

“LA ESPERANZA ES EL SUEÑO DEL HOMBRE DESPIERTO”

Zenair Brito Caballero

Como un monstruo, el desaliento, el desánimo petrifica corazones y ciega ojos y entendimiento. Los grandes modelos políticos de la última mitad del siglo XX se han derrumbado; las utopías políticas y sociales yacen bajo los escombros de las experiencias fallidas, el socialismo terminó en dictadura y el libre mercado en una hipócrita y falsa bonanza que ha ensanchado hasta niveles inconmensurables la brecha entre los ricos y los pobres; el consumismo, ese dios del postmodernismo, ha contribuido a  crear una sociedad desalmada, en la cual la medida del valor de la persona humana es la posesión de “cosas” y el olvido del espíritu.
En Venezuela, lo que se anunció como un paso de “la locura a la esperanza”, se revela hoy como una esperanza derrotada, porque las causas fundamentales de aquella locura continúan intactas: la injusticia social, la exclusión, el hambre, la miseria, la pobreza, el desempleo y la inequidad social y económica no han sido superadas.
La crueldad del militarismo, tiene hoy su contrapartida en la violencia social, en la polarización, la corrupción, el narcotráfico, la delincuencia. El despotismo militar sustentado por una camarilla voraz, no fue sustituido por un sistema realmente democrático, sino por un régimen en los que el poder lo ejerce una casta roja-rojita afincada en partidos electorales socialistas-comunistas cada vez menos políticos y más institucionales, movidos por los vaivenes de los proveedores y no por las necesidades de las mayorías.
Es sombría nuestra realidad venezolana, y el desaliento, la desesperanza parecen ser el nuevo fantasma que recorre nuestra nación; pero, en lugar de desesperanzarnos ante tanto conflicto social, debemos comprender que la fuerza para superarlos radica en la esperanza, en la expectación. Eso sí, en una esperanza activa. No se trata de esperar que las cosas ocurran y de sentarnos a ver pasar los días y las semanas confiando en que mañana todo será mejor, sino de actuar para que nuestra esperanza vuelva realidad lo esperado, ser protagonistas de los acontecimientos y no objetos pasivos.
Decía Aristóteles que “La esperanza es el sueño del hombre despierto” por ello titulé este artículo así. Tener esperanza es estar despierto, pero además es esforzarnos por hacer que las cosas sucedan, tal como lo expresa el salmista: “Esforzaos todos vosotros los que esperáis en DIOS, Y tome aliento vuestro corazón.” (Sal 31:24). Y, tal esfuerzo debe estar acompañado de Fe.
La esperanza, ya sea individual o colectiva, es un esperar algo que se producirá en el futuro, algo que no vemos, que acaso nos parece intangible, y porque no lo vemos tendemos a desesperanzarnos y asumir una posición derrotista, pero la Fe, como la describe el autor de la Carta a los Hebreos (11:1) es “la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.” Esa certeza y esa convicción son las que impregnan nuestra esperanza de voluntad y conducen nuestros actos hacia la consecución de lo que esperamos.
Independientemente de nuestras creencias, para vivir no podemos renunciar a la esperanza. Un hombre sin esperanza es sólo un remedo de hombre, un ente sin sueños ni aspiraciones, un vacío cubierto de piel.
Mas, también es cierto que nuestra esperanza puede estar basada en razones endebles, provisorias y equívocas. ¿Cuántas veces hemos puesto nuestra esperanza en los políticos, en la bondad de los ricos y la cacareada “detención económica”, en pastores y sacerdotes? Y tantas veces hemos visto derrotadas nuestras esperanzas.
Es porque nuestra esperanza ha nacido de los antivalores de una sociedad que promueve el divisionismo procaz, el egoísmo del “sálvese quien pueda”. Así, más que una verdadera esperanza activa y amorosa que incluya a nuestro prójimo, hemos cultivado una falsa esperanza que reproduce los vicios del sistema, en la cual el centro y los beneficios de lo que esperamos es la satisfacción de los intereses personales, la consecución de los medios por los cuales adquiero poder sobre los demás y no el bien común.
Los cristianos no podemos vanagloriarnos de esa “esperanza”. Al contrario, nuestra esperanza debe tener como referente el reinado de Dios en la tierra. De allí que nuestra esperanza irrenunciable es Jesucristo.
Esto no quiere decir que renunciamos a la esperanza que se deriva de los actos de los hombres, sino que, por gracia de las enseñanzas del Resucitado, nuestra esperanza se centra en la reivindicación de todos los hombres y mujeres que mantienen firme su esperanza contra toda desesperanza y luchan por una mejor Venezuela. 



LA CORRUPCIÓN UNA EPIDEMIA CONTAGIOSA

“LA CORRUPCIÓN UNA EPIDEMIA CONTAGIOSA”

Zenair Brito Caballero

Todos sabemos, que una epidemia es una enfermedad contagiosa que se extiende a muchos países y se transmite con gran facilidad. Como ejemplo de ello tenemos a la peste negra del siglo XIV que ha sido un ícono histórico en este sentido, y la más reciente fue la temida gripe H1N1, que al final de cuentas y gracias a Dios, no ha sido tan letal como se esperaba.
Pues bien, asociándolo al párrafo anterior, lo que se ha venido a descubrir en las últimas dos décadas es que la corrupción es toda una epidemia social, económica y política que afecta a la mayoría de países del mundo.
Este descubrimiento ha sido posible gracias a entidades que hacen un seguimiento riguroso a este fenómeno en todo el mundo, siendo Transparencia Internacional la institución más reconocida en el estudio de este mal y en la elaboración de propuestas y posibles tratamientos.
Cada año Transparencia Internacional elabora lo que ha llamado "el barómetro mundial sobre corrupción", un estudio muy completo sobre la percepción que los ciudadanos de todo el mundo tienen sobre la corrupción.
La versión 2013 de esta encuesta, que leí en Internet en el día de ayer,  realizó 114 mil entrevistas en 107 países, y sus resultados confirmaron ciertas tendencias: son determinadas regiones del mundo las que más se afectan por este fenómeno, ciertas entidades públicas son las de peor reputación y existe un sentimiento casi generalizado respecto a la impotencia de los gobiernos para luchar contra la corrupción El estudio completo lo podemos leer en : http://www.transparency.org/gcb2013 ).
En Latinoamérica, África y Asia la corrupción se mueve con total comodidad y hace los mayores estragos. Un ejemplo reciente de los daños que causa esta enfermedad social está en Bangladesh, donde murieron 1.127 personas por el colapso de un edificio que albergaba trabajadores textiles, pues todo indica que los estándares de seguridad estructural del edificio fueron omitidos debido a actos de corrupción.
En contraste, la mayoría de los países con menores índices de corrupción están en Europa. Tiene que haber algo que haga que Suecia, Dinamarca, Finlandia, Noruega, Suiza, Países Bajos y Nueva Zelanda sean los menos corruptos, haciendo que este fenómeno tenga muy poco impacto social.
Por el contrario que Guatemala, Sri Lanka, Gambia, México, Venezuela, Egipto, República Dominicana, Senegal, Bolivia, entre otros, sean los vistos como más corruptos.
Toca indagar solo un poco para ver que la estructura social, los niveles de equidad y de distribución de activos intervienen en este sentido. Sociedades más incluyentes y equitativas tienden a ser menos corruptas y las más inequitativas e injustas las más corruptas.
Sin lugar a dudas, los gobiernos de izquierda socialista-comunista son el principal blanco de dardos respecto a sus prácticas corruptas. Y no salen bien librados: el poder político, la policía y el poder judicial.
Respecto a nuestra Venezuela, la mayoría de las personas consultadas dijeron que el problema se ha incrementado en los últimos 14 años, convirtiéndose en algo muy serio; que en buena medida las instituciones de gobierno socialista-comunista son regentadas por personas con intereses particulares y que las acciones del Estado para combatir la corrupción son muy poco eficaces.
El 81% piensa que los políticos del gobierno son corruptos, el 79% que lo es la Asamblea Nacional, 61% que es la policía o la guardia nacional, y 38% que son los empresarios, entre otros.
Una tendencia general es que los venezolanos percibimos nuestras instituciones públicas y privadas como más corruptas que el promedio mundial y regional. Incluso, organizaciones que no son vistas como corruptas en la mayoría de los demás países, como las ONG y las fuerzas militares, en Venezuela no se salvan del dedo acusador.
El saber que el mal es mundial no merma sus demoledores efectos locales; sin embargo, da indicios para que entendamos que su abordaje debe ser diferente a meros señalamientos puntuales y coyunturales, o brotes de indignación.
Hay algo en la sociedad contemporánea que hace de la corrupción una práctica social extendida, y hay que descubrir ese factor no tan evidente y que es en últimas el motor que mueve hacia allá y que desborda órganos de control y sanción.
La inequidad social parece tener una relación directa con la corrupción, pues como podemos ver, ésta se manifiesta más vigorosamente en regiones y países reconocidos por ser inequitativos. Sin embargo, también hay una causa oculta que mueve la corrupción y es toda la presión social que se va generando sobre las personas para que tengan éxito y progreso material, y esta presión termina por romper diques éticos y morales.
Lo peor es que esta presión está legitimada en la sociedad venezolana y es vista como "motor de desarrollo". En últimas otra epidemia contagiosa, pero no la vemos, o peor, no la queremos ver ni tratar, y ella es el camino más corto a la corrupción que ya está instalada y  tiene a Venezuela en terapia intensiva

LA DESLEGITIMACIÓN DEL DERECHO A LA PROTESTA

“LA DESLEGITIMACIÓN DEL DERECHO A LA PROTESTA”

Zenair Brito Caballero

Las múltiples declaraciones de diversos sectores tanto privados como gubernamentales frente a los distintos movimientos de inconformidad que se están presentando en el país, como el de los profesores, empleados administrativos, obreros y estudiantes universitarios, los ferromineros de Guayana, los maestros y profesores de primaria y media por aumentos salariales, entre otros, apuntan a que están siendo “utilizados”, “forzados”, “infiltrados”, “manipulados”, en fin, presionados por fuerzas ajenas y extrañas a la esencia misma de las organizaciones que han roto su silencio ante lo que consideran desatención y abandono gubernamental. 

La deslegitimación del derecho a la protesta, consagrado en la Constitución Nacional de 1999, no sólo coloca en riesgo a las personas que se atreven a levantar su voz para reclamar por aquello que consideran vulneración a sus derechos y abandono estatal, sino que les asigna disfunción cognitiva, ya que al señalarles como marionetas e idiotas útiles, les están castrando de su capacidad para pensar por sí mismos y organizarse como instancia para hacer valer lo que conciben como sus legítimos derechos, independientemente de los intereses de extraños, que por supuesto los hay y tratan de incidir.

La intolerancia y satanización a la protesta, el rechazo al disenso y en general la consideración de ilegítima la expresión de la inconformidad, no contribuye a alcanzar mayores y mejores niveles de bienestar, de justicia social y desarrollo con equidad, por el contrario, potencializa mucho más la polarización y el uso de la violencia como método para zanjar las diferencias y resolver las distintas problemáticas en sus diversos grados.

El país requiere amplitud de pensamiento para reconocer las diferencias, escuchar y tener en cuenta al otro como interlocutor válido, visibilizado, respetado y sobre todo, dignificado en su condición de persona, cualquiera sea su condición.

Así que, corresponde a todos hacer un esfuerzo consciente de resignificación de las palabras y acciones con las cuales se invalida y anula al otro, lo cual es un patrón arraigado en la población, en especial en aquellas personas que por diversas circunstancias se han empotrado y se mantienen en el poder, o aquellas que temporalmente lo han alcanzado en algún grado.
Esas conductas descalificadoras, son un catalizador más que aúpa y refuerza la violencia como herramienta de solución a las diferencias, las cuales son lógicas y naturales dentro de las relaciones entre seres humanos obligados a establecer algún vínculo, propio de la interdependencia humana y del medio que le rodea.

Pareciera que la protesta y la reivindicación de los derechos por parte de organizaciones y en general de aquellos que se sienten lesionados en sus intereses, se constituyera en una amenaza para los demás, como si estuvieran sumidos en el miedo y la paranoia de perder cuando el otro reclama. Por eso entonces, aparece la descalificación y el estigma como recurso para deslegitimar al otro y así librarse de lo que considera una amenaza por acción ajena.

Cuidado, mientras se tenga miedo por lo que el otro hace de manera legítima y en derecho, se perpetúa el estado de postración de la mayoría que luego se extenderá a todos en nuestro país.