“LA ESPERANZA ES EL SUEÑO DEL HOMBRE DESPIERTO”
Zenair
Brito Caballero
Como un
monstruo, el desaliento, el desánimo petrifica corazones y ciega ojos y
entendimiento. Los grandes modelos políticos de la última mitad del siglo XX se
han derrumbado; las utopías políticas y sociales yacen bajo los escombros de
las experiencias fallidas, el socialismo terminó en dictadura y el libre
mercado en una hipócrita y falsa bonanza que ha ensanchado hasta niveles
inconmensurables la brecha entre los ricos y los pobres; el consumismo, ese
dios del postmodernismo, ha contribuido a crear una sociedad desalmada,
en la cual la medida del valor de la persona humana es la posesión de “cosas” y
el olvido del espíritu.
En Venezuela,
lo que se anunció como un paso de “la locura a la esperanza”, se revela hoy
como una esperanza derrotada, porque las causas fundamentales de aquella locura
continúan intactas: la injusticia social, la exclusión, el hambre, la miseria,
la pobreza, el desempleo y la inequidad social y económica no han sido
superadas.
La crueldad
del militarismo, tiene hoy su contrapartida en la violencia social, en la
polarización, la corrupción, el narcotráfico, la delincuencia. El despotismo
militar sustentado por una camarilla voraz, no fue sustituido por un sistema realmente
democrático, sino por un régimen en los que el poder lo ejerce una casta
roja-rojita afincada en partidos electorales socialistas-comunistas cada vez
menos políticos y más institucionales, movidos por los vaivenes de los proveedores
y no por las necesidades de las mayorías.
Es sombría
nuestra realidad venezolana, y el desaliento, la desesperanza parecen ser el
nuevo fantasma que recorre nuestra nación; pero, en lugar de desesperanzarnos
ante tanto conflicto social, debemos comprender que la fuerza para superarlos
radica en la esperanza, en la expectación. Eso sí, en una esperanza activa. No
se trata de esperar que las cosas ocurran y de sentarnos a ver pasar los días y
las semanas confiando en que mañana todo será mejor, sino de actuar para que
nuestra esperanza vuelva realidad lo esperado, ser protagonistas de los
acontecimientos y no objetos pasivos.
Decía
Aristóteles que “La esperanza es el sueño del hombre despierto” por ello titulé
este artículo así. Tener esperanza es estar despierto, pero además es
esforzarnos por hacer que las cosas sucedan, tal como lo expresa el salmista:
“Esforzaos todos vosotros los que esperáis en DIOS, Y tome aliento vuestro
corazón.” (Sal 31:24). Y, tal esfuerzo debe estar acompañado de Fe.
La esperanza,
ya sea individual o colectiva, es un esperar algo que se producirá en el
futuro, algo que no vemos, que acaso nos parece intangible, y porque no lo
vemos tendemos a desesperanzarnos y asumir una posición derrotista, pero la Fe,
como la describe el autor de la Carta a los Hebreos (11:1) es “la certeza de lo
que se espera, la convicción de lo que no se ve.” Esa certeza y esa convicción
son las que impregnan nuestra esperanza de voluntad y conducen nuestros actos
hacia la consecución de lo que esperamos.
Independientemente
de nuestras creencias, para vivir no podemos renunciar a la esperanza. Un
hombre sin esperanza es sólo un remedo de hombre, un ente sin sueños ni
aspiraciones, un vacío cubierto de piel.
Mas, también
es cierto que nuestra esperanza puede estar basada en razones endebles,
provisorias y equívocas. ¿Cuántas veces hemos puesto nuestra esperanza en los
políticos, en la bondad de los ricos y la cacareada “detención económica”, en
pastores y sacerdotes? Y tantas veces hemos visto derrotadas nuestras
esperanzas.
Es porque
nuestra esperanza ha nacido de los antivalores de una sociedad que promueve el divisionismo
procaz, el egoísmo del “sálvese quien pueda”. Así, más que una verdadera
esperanza activa y amorosa que incluya a nuestro prójimo, hemos cultivado una
falsa esperanza que reproduce los vicios del sistema, en la cual el centro y
los beneficios de lo que esperamos es la satisfacción de los intereses
personales, la consecución de los medios por los cuales adquiero poder sobre
los demás y no el bien común.
Los cristianos
no podemos vanagloriarnos de esa “esperanza”. Al contrario, nuestra esperanza
debe tener como referente el reinado de Dios en la tierra. De allí que nuestra
esperanza irrenunciable es Jesucristo.
Esto no
quiere decir que renunciamos a la esperanza que se deriva de los actos de los
hombres, sino que, por gracia de las enseñanzas del Resucitado, nuestra
esperanza se centra en la reivindicación de todos los hombres y mujeres que
mantienen firme su esperanza contra toda desesperanza y luchan por una mejor
Venezuela.
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