sábado, 18 de agosto de 2012

“SÓLO CON EL ESCEPTICISMO DEL PERO SE CONSTITUYEN LAS DEMOCRACIAS”


“SÓLO CON EL ESCEPTICISMO DEL PERO SE CONSTITUYEN LAS DEMOCRACIAS”
Zenair Brito Caballero 
(britozenair@gmail.com)

Hace casi 14 años se rompió el eje de la continuidad de un régimen democrático en Venezuela. En las elecciones para diputados a la Asamblea Nacional, la oposición ganadora, ¡que ironía! Con mayoría de votos perdió la suma de más Diputados y, desde entonces, el impulso del país se ha detenido.

Es verdad que casi no se ha detenido la marcha del gobierno socialista-comunista, que ha quedado poco paralizada la administración por falta de presupuesto o por ausencia de decisiones fiscales. También es cierto que la Constitución no se ha congelado aunque se le viola. La ausencia de mayorías opositoras al régimen no ha detenido su obsesión por reescribir a diario el texto constitucional.

Pero ninguna de las prioridades del gobierno socialista-comunista ha podido brincar los obstáculos del pluralismo. Los éxitos de nuestra pseudo-democracia no han sido tales, han sido triunfos del veto, más de la acción. De ahí la desesperación de muchos por la falta de resultados. De ahí la prisa por escapar del atolladero.

Desde hace 14 años, el país carece de una coalición gobernante porque todo está en manos de los rojos-rojitos. El presidente ocupa la casa presidencial pero no es cabeza de una alianza mayoritaria que pueda llevar a puerto sus iniciativas, el manda y los rojos obedecen. Feliz con una legislatura complaciente y aliada a su proyecto revolucionario, compuesta de partidos políticos que dicen amén a todo lo que les ordena, al presidente solo le corresponde acumular victorias y no derrotas. La solución que muchos empiezan a barajar es el fortalecimiento de la posición presidencial en la Asamblea a través de la conformación de una mayoría equitativa como la que debería tener.

En ello no coinciden la oposición y su candidato; ni algunos académicos y muchos opinadores. Que el nuevo presidente tenga instrumentos para gobernar, dicen. Seguiremos detenidos si no contamos con una presidencia democráticamente fuerte. No seremos capaces de impulsar las reformas que nos urgen, a menos de que le ofrezcamos al gobierno democrático que gane una eficaz palanca legislativa. La ruta represidencializadora que imaginan no es absurda.

Un presidente respaldado en la Asamblea Nacional por la unidad democrática tendría el camino despejado para gobernar y, sobre todo, para reformar. Un gobierno unificado (aquel donde Ejecutivo y Legislativo tienen sintonía partidista), trasluciría, la cadena de responsabilidad, aclarando a la opinión pública quién merece aplauso o condena

Pero lo que sorprende estas propuestas es su miopía histórica e institucional. No cabe duda que, si la presidencia fuera el único criterio para orientar la reforma constitucional, estas medidas serían pertinentes porque maximizarían la probabilidad de que el gobierno tuviera músculo legislativo.

Pero, ¿podemos cambiar las instituciones básicas del gobierno pensando solamente en ese propósito? ¿Podemos ignorar los otros valores que deben ser armonizados en la ingeniería constitucional? Cuando se diseñan reglas para el acceso y el ejercicio del poder, debe considerarse la tensión entre gobernación y representatividad; eficacia gubernativa y control político; poder y pluralismo.

Llevar la cuerda a un extremo es sacrificar el valor contrario. Todo diseño político debe buscar el equilibrio entre representatividad, diversidad y control por un lado y eficacia gubernativa por el otro. La propuesta represidencializadora ha identificado rutas para vigorizar el gobierno. Han pasado por alto sus costos. Regalarle mayoría al presidente como la tiene el comandante, significaría un acto de violencia contra el pluralismo. ¿Queremos eso? Creo que no.

La diversidad pagaría el obsequio que se le quiere dar al presidente. La Asamblea Nacional se tornaría básicamente plural. Es cierto que en muchos regímenes políticos el bipartidismo es funcional: recoge a su modo las demandas colectivas y canaliza institucionalmente a la oposición. La sobrerrepresentación puede ser legítima. El asunto ahora no es teórico sino práctico: en nuestras condiciones, reconociendo nuestro trayecto político, ¿sería funcional? Habría que verlo.

Si hoy nos encontramos frustrados por la falta de ambición reformista en el gobierno revolucionario, no podemos pensar que todo se deba a la ausencia de mayorías. No podemos reconstruir institucionalmente al país con ese único horizonte temporal. Cuando había mayorías en Venezuela, cuando la Asamblea Nacional le era fiel al Presidente, no disfrutamos del beneficio de grandes reformas visionarias.

Hoy mismo, los estados que cuentan con gobiernos mayoritarios no se destacan por su prisa innovadora. Regalarle al presidente una mayoría adicta es un atajo y puede ser una trampa. Las instituciones no se construyen con monosílabos. El no es estéril; el sí crédulo. Sólo con el escepticismo del pero se constituyen las democracias.