“SÓLO CON EL ESCEPTICISMO DEL PERO SE CONSTITUYEN LAS DEMOCRACIAS”
Zenair Brito Caballero
(britozenair@gmail.com)
Hace casi 14 años se
rompió el eje de la continuidad de un régimen democrático en Venezuela. En las
elecciones para diputados a la Asamblea Nacional, la oposición ganadora, ¡que
ironía! Con mayoría de votos perdió la suma de más Diputados y, desde entonces,
el impulso del país se ha detenido.
Es verdad que casi no
se ha detenido la marcha del gobierno socialista-comunista, que ha quedado poco
paralizada la administración por falta de presupuesto o por ausencia de
decisiones fiscales. También es cierto que la Constitución no se ha congelado
aunque se le viola. La ausencia de mayorías opositoras al régimen no ha
detenido su obsesión por reescribir a diario el texto constitucional.
Pero ninguna de las
prioridades del gobierno socialista-comunista ha podido brincar los obstáculos
del pluralismo. Los éxitos de nuestra pseudo-democracia no han sido tales, han
sido triunfos del veto, más de la acción. De ahí la desesperación de muchos por
la falta de resultados. De ahí la prisa por escapar del atolladero.
Desde hace 14 años, el país carece de una coalición gobernante porque todo
está en manos de los rojos-rojitos. El presidente ocupa la casa presidencial
pero no es cabeza de una alianza mayoritaria que pueda llevar a puerto sus
iniciativas, el manda y los rojos obedecen. Feliz con una legislatura
complaciente y aliada a su proyecto revolucionario, compuesta de partidos
políticos que dicen amén a todo lo que les ordena, al presidente solo le
corresponde acumular victorias y no derrotas. La solución que muchos empiezan a
barajar es el fortalecimiento de la posición presidencial en la Asamblea a
través de la conformación de una mayoría equitativa como la que debería tener.
En ello no coinciden la oposición y su candidato; ni algunos académicos y
muchos opinadores. Que el nuevo presidente tenga instrumentos para gobernar,
dicen. Seguiremos detenidos si no contamos con una presidencia democráticamente
fuerte. No seremos capaces de impulsar las reformas que nos urgen, a menos de
que le ofrezcamos al gobierno democrático que gane una eficaz palanca
legislativa. La ruta represidencializadora que imaginan no es absurda.
Un presidente respaldado en la Asamblea Nacional por la unidad democrática tendría
el camino despejado para gobernar y, sobre todo, para reformar. Un gobierno
unificado (aquel donde Ejecutivo y Legislativo tienen sintonía partidista),
trasluciría, la cadena de responsabilidad, aclarando a la opinión pública quién
merece aplauso o condena
Pero lo que sorprende estas propuestas es su miopía histórica e
institucional. No cabe duda que, si la presidencia fuera el único criterio para
orientar la reforma constitucional, estas medidas serían pertinentes porque
maximizarían la probabilidad de que el gobierno tuviera músculo legislativo.
Pero, ¿podemos cambiar las instituciones básicas del gobierno pensando
solamente en ese propósito? ¿Podemos ignorar los otros valores que deben ser
armonizados en la ingeniería constitucional? Cuando se diseñan reglas para el
acceso y el ejercicio del poder, debe considerarse la tensión entre gobernación
y representatividad; eficacia gubernativa y control político; poder y
pluralismo.
Llevar la cuerda a un extremo es sacrificar el valor contrario. Todo diseño
político debe buscar el equilibrio entre representatividad, diversidad y
control por un lado y eficacia gubernativa por el otro. La propuesta represidencializadora
ha identificado rutas para vigorizar el gobierno. Han pasado por alto sus
costos. Regalarle mayoría al presidente como la tiene el comandante,
significaría un acto de violencia contra el pluralismo. ¿Queremos eso? Creo que
no.
La diversidad pagaría el obsequio que se le quiere dar al presidente. La
Asamblea Nacional se tornaría básicamente plural. Es cierto que en muchos
regímenes políticos el bipartidismo es funcional: recoge a su modo las demandas
colectivas y canaliza institucionalmente a la oposición. La
sobrerrepresentación puede ser legítima. El asunto ahora no es teórico sino
práctico: en nuestras condiciones, reconociendo nuestro trayecto político,
¿sería funcional? Habría que verlo.
Si hoy nos encontramos frustrados por la falta de ambición reformista en el
gobierno revolucionario, no podemos pensar que todo se deba a la ausencia de
mayorías. No podemos reconstruir institucionalmente al país con ese único
horizonte temporal. Cuando había mayorías en Venezuela, cuando la Asamblea
Nacional le era fiel al Presidente, no disfrutamos del beneficio de grandes
reformas visionarias.
Hoy mismo, los estados que cuentan con gobiernos mayoritarios no se
destacan por su prisa innovadora. Regalarle al presidente una mayoría adicta es
un atajo y puede ser una trampa. Las instituciones no se construyen con monosílabos.
El no es estéril; el sí crédulo. Sólo con el escepticismo del pero se
constituyen las democracias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario