“CUANDO LA JUSTICIA SE VUELVE CIEGA”
Zenair Brito Caballero (britozenair@gmail.com)
Cuando era una niña me llamaba la atención la figura femenina que
representa a la Justicia con los ojos vendados. ¿Tal vez estaba herida?
Entonces se me explicó que la Justicia es ciega. ¿Cómo? pregunté
asombrada a mi padre. Aquello me parecía aún peor. Me contestaron con ese
tipo de risa con que los mayores explican a los niños cosas elementales, que la
Justicia no hace distinciones entre quienes ha de juzgar, y así puede
ser justa. Bien mirado, era lo propio. Esa explicación me convenció
y tranquilizó por un tiempo.
Menos aún, costó a los mayores hacerme entender –porque de niños poseemos
un sentido innato de lo que es justo- que la balanza que exhibe significa
a cada uno lo mismo que al otro. Y por último quedaba la espada, pero eso los
niños saben de sobra para qué sirve. (Es más, con el tiempo, iría viendo
que eso era lo que más a menudo se esgrimía en nombre de la
Justicia).
Después de adulta, tuve que ver con mis propios ojos en los
periódicos y en los noticieros de televisión, cómo jefes de Estado convertidos
en genocidas no eran nunca juzgados, sino aclamados, o eludían las leyes
con astucia arropados por ejércitos de abogados y jueces corruptos, mientras se
condenaba con suma facilidad a desproporcionadas condenas
-incluida la muerte- a gentes de baja procedencia social que de
haber tenido los recursos necesarios hubieran dispuesto de aquellos
mismos ejércitos de abogados y hasta hubieran sido aclamados por los mismos que
exigían su condena.
Veía a lo largo de mi vida cómo cínicos tributos engañaban con absoluta
desfachatez llevando a la bancarrota a sus empresas o a sus ciudadanos,
mientras los testigos de esos delitos eran asesinados o asesinadas-desaparecidos
por el simple hecho de decir la verdad desenmascarándoles ante la opinión
pública sin que la Justicia moviese un dedo a su favor.
Veía cómo naciones poderosas invadían a países pobres y los
esclavizaban sin que la balanza de la Justicia interviniese. Pero era
fácil que los ciudadanos tuviésemos que amortizar de nuestros impuestos
las deudas de un banco privado en quiebra, o que ricos estafadores se libraran
del sufrimiento de la cárcel después de dejar unos cuantos millones en uno
de los platillos de la Justicia.
Ahora, cuando me encuentro ante la estatua solemne comprendo que la venda
significa precisamente que la venerable Dama de la justicia no quiere ver la
cara de los justos ante los desmanes que se cometen en su nombre contra los
derechos humanos y hasta contra las leyes divinas, como sucede con las
guerras llamadas "justas", o aún peor consideradas
"santas".
La justicia de los hombres, con su lentitud, sus errores, sus favoritismos,
su inmoralidad en tantas ocasiones, se basa en el Derecho. Pero el
Derecho representa una sola clase de ley: la ley del Ego.
Sus artículos vulnerables, frágiles, de quita y pon, permiten
variadas interpretaciones. Eso permite que existan jueces que juzguen con manga
ancha o estrecha según qué juez y qué asuntos y a quiénes, y que existan esos
ejércitos de abogados que viven justamente de los entresijos y trampas
que les permiten las ambigüedades de las leyes.
Así he llegado a descubrir con absoluta nitidez que la distancia entre
Derecho y Justicia es la misma que existe entre Barbarie y
Civilización, y que todavía estamos muy lejos de esta última !Qué tristeza!