domingo, 26 de agosto de 2012

LA VIOLENCIA ES CONTAGIOSA Y SE EXTIENDE POR EL TEMOR Y LA INCERTIDUMBRE ZENAIR BRITO CABALLERO


LA VIOLENCIA ES CONTAGIOSA Y SE EXTIENDE POR EL TEMOR Y LA INCERTIDUMBRE
 ZENAIR BRITO CABALLERO 
(britozenair@gmail.com)


La violencia es como una larga e irregular escalinata de caracol que al llegar a la cima, encuentra un barranco profundo y oscuro; no tiene la forma de una pirámide, que comienza ancha en su base y termina angosta en la cúspide. 

Del latín la palabra violentus, violento, viene de vis: Fuerza, poder, violencia. Del Diccionario Real Academia Española (RAE) XXII edición, violentar es “aplicar medios violentos a cosas o personas para vencer su resistencia.”

La violencia es contagiosa, se extiende por el temor y la incertidumbre, brota del poder en cualquiera de su multitud de formas y manifestaciones privadas y públicas. Es de carácter viral y endémico, hay que atenderla con prontitud, antes que inicie el ciclo de su evolución y avance en sus estragos.

El rumor genera miedo ante lo desconocido, ante el mal que se siente y desconoce, es epidemiológico. La gente puede sentir algo que le incomoda, se angustia, se sacude, califica el mal desde su simpleza y heterogeneidad, inventa mitos y los difunde. 

La intimidación nace desde quien tiene algún grado de poder político, económico, religioso, cultural, académico, afectivo, jerárquico, físico, entre más grande sea ese poder, más dañina y contundente puede ser la violencia cuando se tienen en las manos los hilos de la decisión se quiere “vencer la resistencia de las circunstancias, las cosas y las personas.”

El odio y el terror, se engendran mutuamente. Ejerce la violencia el empleador que no cumple sus obligaciones laborales contra el trabajador quien necesita el salario y se acomoda a las condiciones denigrantes que le impone su jefe.

El gobernante haciendo su voluntad por encima de la opinión mayoritaria o del grupo a quien dice “representa”, sin discutir, sin consultar, porque siente en su envestidura el carácter mesiánico y providencial de su posición, que termina, de tanto insistir, creyéndosela, busca ansioso la hegemonía, se siente imprescindible, su voz se alza entre las multitudes o entre las minorías sobre las cuales su poder ejerce una fuerza que doblega voluntades. 

El jerarca religioso desde los dogmas y la manipulación de la fe, arrastra a sus seguidores a la emotiva e irracional sumisión, los condena y los absuelve, justifica sus actos. La violencia la ejercen las personas quienes crean las maquinarias, las estructuras, las organizaciones, las leyes, los códigos, los procesos penales y civiles, las reglas, a las cuales deberán someterse quienes habitan al margen del poder pero están bajo su sombra sin beneficiarse de ella, son los receptores ineludibles de sus consecuencias.

La historia humana ha sido la historia de la violencia, desde el poder, con su “visionaria” y comúnmente centralista interpretación del mundo, desde lo erudito, emotivo y dependiente, desde la superioridad racial, cultural, material y psíquica, desde la investidura legítima o ilegítima, se violentan las cosas y las personas para doblegar su resistencia y someterlas al redil de aquello que quien manda, decide, controla, dice qué es lo bueno o lo malo, lo que conviene y no conviene, lo que debe gustar y disgustar.

La violencia, con repugnante indignación, es producto del conflicto cotidiano que el poder ejerce en la sociedad en la cual vivimos y seguiremos viviendo, hasta que no llegue un momento en que, habiendo rebasado sus límites, colapse nuestra existencia individual y social. La violencia en su más visible y extrema manifestación provoca la confrontación física, la lesión y la muerte. En sus más generales y casi aceptadas expresiones está la cotidiana afectación a los derechos fundamentales de las personas y al orden natural.

Violencia es someter al desempleo, al analfabetismo, a la ignorancia, a la inseguridad, a la enfermedad, al abandono, a la orfandad, al olvido, a la denigración, ¿Puede ser la violencia legítima e ilegítima, justificada o injustificada? Depende, quien la ejerza y tenga la capacidad para justificarla, puede hacerla lícita o legítima, si tiene el poder suficiente para hacerlo desde lo real;  desde lo ético, que no siempre prevalece, sólo es legítima y justificada, aquella que reacciona para sobrevivir ante la violencia de origen que pretende destruirlo o someterlo, es un proceso natural, lógico, humano y físico.

En los tiempos recientes, los mas nobles conceptos y fines, pueden maquillarse y justificar cualquier de los medios para lograr cualquiera de los fines; desde los Derechos Humanos, la paz, la libertad, la democracia, la ley, las instituciones, la libre empresa, el pueblo, los pobres, se pretende justificar la violencia, la intervención o la muerte, por la soberanía y la patria. El poder ofende con su ostentación, carece de modestia y cuando quiere mostrar un disfraz, es una máscara ridícula y espeluznante. Tiene la capacidad de limitar los derechos de otros porque solamente reconoce, a medida que crece, el derecho y la verdad propia, doblega lo distinto, anula lo otro, su existencia, por muy efímero que sea, se despliega tanto como sea posible y a medida que aumenta en su extensión, viene, como una lógica consecuencia, su debilitamiento.

Así es la historia amigo lector, un drama, una comedia,  un juego de ajedrez. Solamente el poder, cuando es pequeño, puede ser más ampliamente compartido; cuando crece, se concentra, precisamente eso lo hace crecer hasta un punto determinado, después evoluciona, muta y muda, se diluye una forma y figura, y surge creativamente en otra que a fin de cuentas no deja de ser la misma en otra época y circunstancia, más sutil o burda.