EL SIGNIFICADO DE LA PALABRA MERITOCRACIA
Zenair Brito Caballero
(britozenair@gmail.com)
Las palabras tienen vida propia. Cambian de significado
caprichosamente. Pueden traicionar incluso a quienes las acuñan. En 1958, el
escritor y político británico Michael Young (1870-2033) publicó una novela
futurista, en la tradición de Aldous Huxley y George Orwell, titulada “El
ascenso de la meritocracia”, Young quiso darle a la palabra 'meritocracia' un
sentido negativo, sarcástico, irónico y mordaz.
La novela describe el surgimiento de una sociedad estratificada,
desigual, donde el éxito depende del acceso a prestigiosas instituciones
educativas y de la posesión de ciertas habilidades mentales (estrechamente
definidas). En la sociedad imaginada por Young, el sistema educativo selecciona
a los ganadores, no los forma. O dicho de otra manera, descarta a los
perdedores, no los redime, no los exime.
Por cuenta de la evolución impredecible del lenguaje, la palabra
meritocracia asumió con el tiempo una connotación distinta, opuesta a la
originaria; se convirtió en un sinónimo de movilidad social e igualdad de
oportunidades. Un 'sistema meritocrático' denota ya no un sistema excluyente,
sino todo lo contrario, un sistema abierto, sin roscas, ni privilegios
heredados, ni favoritismos odiosos. Recordemos al genial RENNY OTTOLINA
Actualmente algunos políticos democráticos que desean posar de
justos e independientes, proclaman su compromiso inquebrantable con la
meritocracia, esto es, con el mérito individual como criterio exclusivo para la
selección y escogencia de sus colaboradores. En 2001, un año antes de su
muerte, Michael Young escribió un largo artículo de prensa en el que lamentaba,
en un tono vehemente, el nuevo significado de la palabra meritocracia.
Young invitó a Tony Blair, entonces primer ministro de
Inglaterra, a que purgara sus discursos de la palabra en cuestión o a que, al
menos, admitiera el lado oscuro de la meritocracia. Una cosa es la asignación
de puestos con base en el mérito individual, escribió Young, otra muy distinta
la consolidación de una nueva clase social, de una élite inexpugnable y
arrogante que considera que merece todos los privilegios. "Contrario a
quienes se lucraban del nepotismo, las nuevas élites creen firmemente que la
moralidad está de su lado".
Los escrúpulos semánticos de Young son exagerados, pero no
irrelevantes. Llaman la atención sobre los peligros que acechan a una sociedad
donde el mérito es entendido de manera estrecha y asociado a trayectorias
académicas y laborales muy específicas.
Young criticó duramente al gabinete de Blair, conformado por una
élite meritocrática, poseedora de unas credenciales impecables, pero, en
últimas, un buen ejemplo de las nuevas formas de exclusión. Lo mismo podría
decirse sobre el gabinete venezolano o sobre los cuadros directivos de muchas
empresas venezolanas del gobierno socialista-comunista.
Lo escribo sin resentimiento, todo lo contrario, con algo de
pudor. Al fin y al cabo los egresados de las Universidades venezolanas, donde me
formé y he trabajado en sus aulas de
pregrado, de maestría y de doctorado, figuran de manera prominente en el
gobierno nacional y en muchos cargos de responsabilidad y privilegio.
En fin, si el mérito se asocia exclusivamente con unas pocas
instituciones educativas o con un conjunto estrecho de competencias, la
meritocracia es casi indistinguible del nepotismo o el amiguismo. La
meritocracia, sugirió Young hace ya más de medio siglo, puede ser un eufemismo
conveniente para designar una nueva forma de exclusión. Su sugerencia, sobra
decirlo, no ha perdido vigencia.