viernes, 15 de junio de 2012

¡NOBLEZA Y GRANDEZA DE ESPÍRITU!


¡NOBLEZA Y GRANDEZA DE ESPÍRITU!
Zenair Brito Caballero (britozenair@gmail.com)
Definitivamente el ser humano tiende más a ser indiferente ante las buenas acciones de sus congéneres que a reconocerlas y valorarlas. El estímulo y el agradecimiento unido a la seriedad en el cumplimiento de la palabra y la dignidad en el compromiso adquirido, determinan el grado de nobleza, justicia, honestidad y ecuanimidad de las personas y las amistades, la grandeza y generosidad de espíritu, la seriedad y la hidalguía humanas.
Hoy en día la gratitud y el agradecimiento son virtudes casi salidas del mundo de las utopías, para una sociedad donde no se valoran las personas por sus capacidades y calidades morales, intelectuales y ciudadanas, sino por lo que estas puedan dar o representar en un momento determinado para los intereses de quienes detentan efímeramente el poder social, económico y político.
Los sentimientos de agradecimiento surgen cuando nos sentimos en deuda con otras personas, bien sean naturales, como nuestros padres, nuestros maestros, nuestros amigos, hermanos, parientes, compañeros de labores y luchas o jurídicas, como nuestro colegio, nuestra universidad, las empresas o entidades donde se labora, los grupos a los que pertenecemos, en fin, frente a todas esas personas que de una u otra forma nos han hecho bien, nos han prestado servicios, nos han acompañado en nuestras aspiraciones, se han sacrificado por nosotros o nuestras familias o nos han entregado su amistad con desinteresada lealtad.
Reconocer el bien recibido y corresponder con sinceridad, alegría y afecto a quienes nos lo proporcionan, es propio solo de seres de firmes convicciones, incuestionable dignidad y altos valores espirituales. A todos los niveles, lo bueno que poseemos se lo debemos por regla general a otras personas que nos han dado formación, educación, afecto, oportunidades, consejos, apoyos, amor, amistad, afecto, cariño, aceptación y comprensión.
Ser gratos implica aceptar que los demás son necesarios e importantes, valorar sus calidades humanas, reconocer sus obras y su trabajo, estimular con hechos y acciones de reciprocidad el bien recibido, retribuir a los otros el favor que nos han proporcionado, compensar sinceramente a nuestros benefactores.
La mediocridad espiritual e intelectual, la soberbia y el egoísmo, la envidia y el resentimiento, el orgullo y la vanidad, la deslealtad y la traición, conllevan el desconocimiento de los méritos ajenos, del bien que nos hacen los demás y de los favores que hemos recibido, cerrando las puertas a la gratitud y a las expresiones reales de agradecimiento, propias de la nobleza de espíritu y la grandeza de corazón, que tanta falta hacen a nuestra sociedad.
La historia está marcada de ingratitudes humanas, equilibrada con la generosidad de la mano Divina y la ley de la compensación, a las que nada escapa en el devenir de nuestro accionar como hombres. Bien afirmaba Cicerón: “No hay deber más necesario que el de dar las gracias”.