viernes, 23 de noviembre de 2012

¿SE HA CONTAMINADO LA DEMOCRACIA CONTEMPORÁNEA?


¿SE HA CONTAMINADO LA DEMOCRACIA CONTEMPORÁNEA?
Zenair Brito Caballero 
(britozenair@gmail.com)

Quienes han venido leyendo y siguiendo con cierto detenimiento algunos de mis artículos de opinión sobre democracia participativa y representativa, seguramente habrán caído en la cuenta de cuán nebulosas son nuestras ideas y cuán apegados nos sentimos todavía a los trillados conceptos de nuestros viejos manuales.

La política, sin embargo, es un acontecer sinuoso lleno de contingencias y sesgos imprevistos, y hace que la razón práctica de los gobernantes vaya creando inéditas respuestas para cada tiempo. No obstante, de esta compleja multiplicidad podemos rescatar tres o cuatro cuestiones de las más serias que la democracia de nuestro tiempo nos plantea.

En primer lugar, la ciencia y la experiencia política de estos dos o tres últimos siglos nos han mostrado que la participación del pueblo es lo prioritario y fundamental. Hacer que todos los ciudadanos, con entera libertad e igualdad de recursos, tengan acceso a las determinaciones y gestiones del bien común.

La representación aparece luego como el camino más adecuado para este acceso del llano pueblo a la ordenación y conducción de la comunidad. Pero, al mismo tiempo, de sobra se ha experimentado que la educación moral y la cultura cívica son las grandes tareas en que el pueblo debe empeñarse para lograr siquiera una relativa madurez humana.

Gente obtusa y ruda no puede digerir una auténtica democracia; una y otra vez querrán volver al cacicazgo. Se comprende bien, entonces, por qué a ciertos pueblos culturalmente subdesarrollados se les hace cuesta arriba practicar la democracia. Y parece mentira que la torpeza de ciertos líderes solo piense satisfacer a la pobre gente con pan y circo.

Frente a la práctica de la representación por medio de los partidos, la crítica es mucha más severa y de más difícil solución. Porque los partidos políticos, que de primera intención parecen ser los canales naturales de formación y expresión de la opinión pública, se hallan hoy día frecuentemente desnutridos y desorientados, sin doctrina y sin dinamismo.
A la hora de las elecciones se los convoca y a la hora de la revolución o alzamientos se los exacerba. Ni siquiera a los más inexpertos se les escapa que las “listas sábanas” con que los partidos concurren a las elecciones se hallan muy lejos de una robusta conciencia de bien común.
Los partidos se condenan y se vilipendian recíprocamente en el trayecto de las largas jornadas electorales. Los ciudadanos que son elegidos y van al Parlamento u otros cargos electivos no representan al pueblo, sino a sus propias agrupaciones partidarias; y en el peor de los casos solo emiten su voz y su voto, dogmáticamente atados al dictamen de sus caudillos; son simples embajadores de sus virreyes. Todo ello, con su buena dosis de exageración o como se quiera, está indicando grosso modo el descrédito con que funciona la representación del pueblo a través de los partidos.

Así pues, la democracia auténtica es más un horizonte político de libertad e igualdad y autonomía, regalo del cielo antes que logro de nuestra penosa historia. No podemos olvidar, sin embargo, que la democracia contemporánea se ha envenenado en este último siglo que ha pasado con una doctrina tóxica de una incalculable trascendencia cultural.

Hablamos del relativismo agnóstico que ha quitado todo fundamento roqueño a la cultura del hombre. No hay principios ni valores ciertos y firmes que den sentido último a la existencia humana. “Nada es verdad ni mentira; solo es según el color del cristal con que se mira.” Vivimos y convivimos a la deriva, como los camalotes llevados por la creciente o los cascotes de la calle que de tumbo en tumbo arrastran los raudales de los grandes aguaceros de verano.

Sólo hay que afanarse por lo útil y placentero del aquí y del ahora. Consuela pensar que dos grandes filósofos franceses, J. Maritain y H. Bergson, han afirmado casi al mismo tiempo, en años de la Segunda Guerra Mundial, que la democracia tiene raíces bíblicas y que Cristo ha traído al mundo la más profunda igualdad con que pueden fraternizar y convivir los seres humanos todos.

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