¿CÓMO
PUEDE APLICARSE LA CULTURA DEL AMOR A LA ACCIÓN POLÍTICA?
Zenair
Brito Caballero
(britozenairgmail.com)
La
política de los últimos 14 años en Venezuela ha sido “robespierreana” lo que ha
determinado una maniquea división de los actores en buenos (yo y los de mi
grupo socialista-comunista) y malos (los demás los contrarrevolucionarios de la
oposición).
Si los de enfrente han incumplido algún
requisito en el financiamiento político nos encontramos ante un hecho penal que
debe ser sancionado con cárcel; si el problema ha surgido en mi partido se
trata de un requisito formal sin ninguna consecuencia.
Si
en un contrato de obra de un gobierno regional adversario unas puertas no
calzan o unos repellos están quebrados es un acto de peculado que amerita la cárcel
para el gerente de la constructora y para los que la adjudicaron; si fracasa la
reparación de una platina en un puente por parte de un gobierno de mis amigos
es un simple caso de fuerza mayor que debe ser pasado por alto.
Si
un adversario voltea la cabeza para contemplar la bonita figura de una
funcionaria es un acto de acoso; si mi compañera es acusada de invitaciones
inapropiadas a un subalterno el caso nunca amerita ser investigado.
Estas
actitudes se han venido agravando y generalizando en los últimos 14 años de
este mal llamado socialismo del siglo XXI. Una consecuencia es la dificultad de
llegar a acuerdos, pues no se discute sobre la sustancia de las cosas sino
sobre las intenciones y la conciencia moral de los actores. Este elemento
subjetivo junto con las características de nuestro diseño institucional
determina el aparente consenso de ingobernabilidad.
¿Cómo
resolver esta situación? La única palabra que brota en mi mente es la de la
necesidad de nuestra “conversión”. Necesitamos reconciliarnos, pero de verdad,
con nuestros semejantes. La transformación del ser humano es un acto libre y
voluntario de adoptar valores y normas de conducta, y de seguirlos.
Para
bien y felicidad de todos yo quisiera que esa transformación fuese democrática como
compromiso con el país que lo requiere urgentemente. Pero lo que socialmente es
necesario en nuestro país es al menos convertirnos a la cultura del amor al
prójimo.
Entonces
podemos discutir cómo son los problemas y cuáles sus mejores soluciones.
Podemos dedicarnos a resolver los problemas y no a odiar y perseguir por ello
al adversario.
Pero
se me podrá decir que ya hace 96 años Max Weber indicó que eran incompatibles
el Sermón de la Montaña y la eficiencia política. ¿Cómo puede entonces
aplicarse la cultura del amor a la acción política? La solución es sencilla.
Aceptar la libertad de los demás sobre sus determinaciones y acciones que no
violen derechos del prójimo, no es afirmar el relativismo contemporáneo sobre
la verdad, la belleza y el bien.
Yo
debo respetar a mi adversario y en eso consiste mi amor por él, pero puedo a la
par defender con ardor mis ideas de lo que es bueno, verdadero y bello. Ser
tolerante con las apreciaciones de los demás y humildemente aceptar la
posibilidad de estar yo equivocado, no impide defender con vehemencia nuestros
conceptos y valores.
Y
cuando nuestro tema es el análisis de los problemas públicos y la comparación
de sus soluciones; cuando no personalizamos ni prejuzgamos las intenciones
ajenas; cuando dejamos a los tribunales la tarea de juzgar y esa tarea se
cumple conforme al debido proceso…entonces si se puede dar la discusión
inteligente que es necesaria para que la democracia sea exitosa. Con amor al
prójimo es más fácil la gobernabilidad.
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