“EL
MIEDO A CONTINUAR OPINANDO EN ALGUNOS DIARIOS”
Zenair Brito Caballero
(britozenair@gmail.com)
El miedo a opinar no es otra cosa que la
autocensura que tiene uno que aplicarse como articulista de opinión para
evitarse dolores de cabeza y para evitarse enemigos gratuitos que nos degraden,
se nos insulte y nos descalifiquen a través de nuestros correos electrónicos. Y
para no correr grandes riesgos, claro. Resulta especialmente frecuente tal
imposición hacerlo en los medios de las pequeñas ciudades (por aquello de que
pueblo chiquito, infierno grande). Y no es sólo por los chismes.
Se trata del hecho incontrastable que en los
pequeños núcleos de población casi todos se conocen con todos y el riesgo de
levantar ampollas se magnifica en grado sumo. Es así como resulta muy delicado
opinar sobre las vacas sagradas del alto gobierno socialista-comunista de
nuestro país. O sobre los hijos dilectos de la tierra que brillan en
gobernaciones, alcaldías, además en los altos organismos oficiales.
Resulta inapropiado juzgar descarnadamente los
desaciertos de las autoridades como por ejemplo el descalabro de la
electricidad y de la carencia permanente del agua potable, o señalar los abusos
de poder. Resulta suicida opinar sobre la realidad política, social, educativa,
cultural o económica que sucumbe a Venezuela y resulta riesgoso reflexionar
sobre los usos y costumbres de las ciudades y pueblos.
A propósito, resulta casi herético opinar sobre
la Iglesia (para no decir las iglesias). Resulta inadecuado censurar a la autodenominada
"dirigencia roja−rojita". Cuestionar sus motivaciones o juzgar sus
resultados. Resulta indecoroso plantear argumentos liberales sobre temas tabú
como el aborto, la sexualidad, la eutanasia, por ejemplo.
Resulta arriesgado, muy arriesgado, aventurar
juicios sobre la corrupción administrativa que nos asfixia cada día más, y sólo
unos pocos personajes en los cuales me incluyo de infinito valor civil muchas
veces nos atrevemos a hacerlo con nombres propios.
Los demás callan. Está tácitamente prohibido
hablar de dineros calientes, por ejemplo. Y en este punto creo que se justifica
plenamente: no somos los articulistas de opinión los llamados a pagar el precio
de la impunidad reinante. No está bien visto siquiera opinar con argumentos
sobre la situación política nacional: la polarización es tan terrible que al
que no es chavista lo declaran fascista, terrorista o contrarrevolucionario de
una y para siempre…
Resulta, finalmente, muy doloroso para mí y para
otros articulistas que así me lo han comentado algo punzante, tener que
autocensurarnos de vez en cuando para no darle papaya a los malquerientes de
aprovechar los foros de opinión para dejar correr la bilis de su despecho y sus
envidias.
Y hay que aclararlo: la censura −esta censura− no
viene de afuera ni nadie la ha puesto sobre la mesa: se trata de la censura a
la que obligan los medios regionales a quienes enviamos nuestras columnas,
artículos o post, que nos devuelvan los correos y no nos publiquen lo que
escribimos, el miedo a la desgracia, a la tragedia o al desarraigo.
El miedo a opinar en algunos diarios regionales
venezolanos. Porque la opinión puede incluso llegar a considerarse una amenaza
contra los poderes establecidos, contra el statu quo que tan bien sirve a los
poderosos de turno. En fin, que opinar da miedo a veces. Pero cada ocho días
debe sobreponerse uno a ese miedo para aventurar una nueva opinión. Otra más. O
la misma de siempre, qué más da. Lo importante es seguir opinando. Y ¿Usted qué
opina de esto amigo lector?
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