viernes, 3 de mayo de 2013

“EL MIEDO A CONTINUAR OPINANDO EN ALGUNOS DIARIOS”


“EL MIEDO A CONTINUAR OPINANDO EN ALGUNOS DIARIOS”

Zenair Brito Caballero 

(britozenair@gmail.com)
El miedo a opinar no es otra cosa que la autocensura que tiene uno que aplicarse como articulista de opinión para evitarse dolores de cabeza y para evitarse enemigos gratuitos que nos degraden, se nos insulte y nos descalifiquen a través de nuestros correos electrónicos. Y para no correr grandes riesgos, claro. Resulta especialmente frecuente tal imposición hacerlo en los medios de las pequeñas ciudades (por aquello de que pueblo chiquito, infierno grande). Y no es sólo por los chismes.
Se trata del hecho incontrastable que en los pequeños núcleos de población casi todos se conocen con todos y el riesgo de levantar ampollas se magnifica en grado sumo. Es así como resulta muy delicado opinar sobre las vacas sagradas del alto gobierno socialista-comunista de nuestro país. O sobre los hijos dilectos de la tierra que brillan en gobernaciones, alcaldías, además en los altos organismos oficiales.
Resulta inapropiado juzgar descarnadamente los desaciertos de las autoridades como por ejemplo el descalabro de la electricidad y de la carencia permanente del agua potable, o señalar los abusos de poder. Resulta suicida opinar sobre la realidad política, social, educativa, cultural o económica que sucumbe a Venezuela y resulta riesgoso reflexionar sobre los usos y costumbres de las ciudades y pueblos. 
A propósito, resulta casi herético opinar sobre la Iglesia (para no decir las iglesias). Resulta inadecuado censurar a la autodenominada "dirigencia roja−rojita". Cuestionar sus motivaciones o juzgar sus resultados. Resulta indecoroso plantear argumentos liberales sobre temas tabú como el aborto, la sexualidad, la eutanasia, por ejemplo.
Resulta arriesgado, muy arriesgado, aventurar juicios sobre la corrupción administrativa que nos asfixia cada día más, y sólo unos pocos personajes en los cuales me incluyo de infinito valor civil muchas veces nos atrevemos a hacerlo con nombres propios. 
Los demás callan. Está tácitamente prohibido hablar de dineros calientes, por ejemplo. Y en este punto creo que se justifica plenamente: no somos los articulistas de opinión los llamados a pagar el precio de la impunidad reinante. No está bien visto siquiera opinar con argumentos sobre la situación política nacional: la polarización es tan terrible que al que no es chavista lo declaran fascista, terrorista o contrarrevolucionario de una y para siempre…
Resulta, finalmente, muy doloroso para mí y para otros articulistas que así me lo han comentado algo punzante, tener que autocensurarnos de vez en cuando para no darle papaya a los malquerientes de aprovechar los foros de opinión para dejar correr la bilis de su despecho y sus envidias.
Y hay que aclararlo: la censura −esta censura− no viene de afuera ni nadie la ha puesto sobre la mesa: se trata de la censura a la que obligan los medios regionales a quienes enviamos nuestras columnas, artículos o post, que nos devuelvan los correos y no nos publiquen lo que escribimos, el miedo a la desgracia, a la tragedia o al desarraigo.
El miedo a opinar en algunos diarios regionales venezolanos. Porque la opinión puede incluso llegar a considerarse una amenaza contra los poderes establecidos, contra el statu quo que tan bien sirve a los poderosos de turno. En fin, que opinar da miedo a veces. Pero cada ocho días debe sobreponerse uno a ese miedo para aventurar una nueva opinión. Otra más. O la misma de siempre, qué más da. Lo importante es seguir opinando. Y ¿Usted qué opina de esto amigo lector?

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