“MERCADERES DE ILUSIONES Y SUEÑOS”
Zenair Brito Caballero (britozenair@gmail.com)
Desde siempre, en fines de semana soleados
y nutridos de personas, a mercadillos citadinos, rebosantes de astucia y mañas
se asoman locuaces personajes que arman rueda, para quitarles las monedas a señores
y señoras curiosas, a muchachos ingenuos, a dependientes irresponsables, y a
señores de experiencia.
Es una ronda en la que todos caen porque
la palabrería cautiva, porque la mercancía deslumbra, porque la aglomeración
impide ver de lejos, y porque la inercia de la rueda arrastra hacia el interior
de un escenario en el que todo se transforma para que nada pase.
Transcurren las horas, los pisotones se
intensifican, la fetidez se consiente, la conciencia se amodorra, el espíritu
se aleja, y los cuerpos desfallecen sobre los cuerpos mientras los encantadores
se alejan con los turbantes llenos.
Al atardecer, o mucho antes del atardecer,
los espectadores se santiguan y se lamentan porque ninguno presenció el momento
crucial en que las serpientes, que tampoco nadie vio, al sonido de flautas
buchonas se irguieron sobre sus colas y se transformaron en flecos de seda
multicolor.
Siempre ha sido así, y siempre será así porque
la historia de los pueblos y de las ciudades como mi Barquisimeto querido se nutre
de leyendas que inspiran leyendas.
No es que las literaturas orientales, tan
culebreras ellas, ni las fantásticas realidades del trópico, preñadas de
trágicos anuncios, se tejan al cuello de los miserables para hacerlos más
miserables, a los brazos de los ineptos para hacerlos más ineptos, y a la
estupidez de los ilusos para hacerlos más ilusos.
Lo que sucede es que el narcótico de la
facilidad, la harina de arroz tostada, esa que tanto sirve para nutrir
infantes como para cebar verracos, el paternalismo infame que pedalean los de
la izquierda para tener burocracia aunque ganen los de la derecha, el
pérfido contractualismo del voto pago, han menguado las instituciones, socavado
la democracia, prostituido la política, y oprimido al pueblo.
A quienes debieran levantar la voz para
decir justicia los mandan a doctorarse al otro lado del mundo, a quienes
debieran dar ejemplo de dignidad los colocan en una consejería cualquiera, a
quienes debieran ir a prisión los enaltecen como controladores del quehacer
social, a quienes debieran perder la investidura les elevan la curul hasta los
estrados directivos.
El triste despertar de los parroquianos
que no vieron el encantamiento de las serpientes no es simple parodia de la
historia nacional, es la cruda verdad, muchas veces repetida,
porque la noria de la corrupción colectiva, de tantas vueltas que ha dado,
molió el concepto de rectitud administrativa, desajustó los ejes de la
solidaridad social, deformó las guías del engranaje jurídico, perturbó la
lógica ciudadana, y se transformó en un mecanismo aplastante que va pendiente
abajo sin rumbo conocido.
En momentos en que empiezan a descifrarse
previsibles divergencias dentro de las alianzas opositoras, se necesita la
irrupción de fuerzas políticas con sentido de responsabilidad pública y
vocación de poder, que verifiquen el cabal cumplimiento de programas expuestos
durante la campaña electoral y estructuren veedurías enfocadas a derrotar el
engrase de aparatos pensados y armados para exprimir la hacienda pública.
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