¿CÓMO
MEJORAR LA EDUCACIÓN PÚBLICA?
Zenair Brito Caballero
Dado que en este gobierno
socialista-comunista venezolano se nombra tanto la palabra “Educación”, no me
parece ocioso volver a retomar algunas cosas referentes a dicho tema. Y por
ello, es bueno traer a colación en este artículo de opinión los planteos
exigentes, que salen del círculo de docentes universitarios de extraordinaria
excelencia, ¿Cómo mejorar la educación pública?, que nos trae el historiador y
educador escocés Niall Ferguson.
En su último y excelente libro que
acabo de terminar de leer (“La gran degeneración. Cómo decaen las
instituciones y mueren las economías”), Debate, junio de 2013), el
autor citado Niall Ferguson se replantea la necesidad de reformar la
política educativa del Reino Unido para mejorar decididamente la calidad de la
enseñanza.
En ese sentido, el eminente educador y erudito Ferguson adopta
una postura más radical y exigente. Sostiene que es necesario “incrementar de
manera significativa el número de instituciones educativas privadas” y,
paralelamente establecer un programa de becas para asistir a los niños de
familias de menores recursos.
Este destacado académico e ilustre
educador escocés reconoce, que la educación estatal cumplió un importante papel
en la alfabetización masiva, pero advierte que no es idónea para enfrentar el
problema de la calidad. ¿Por qué? Se pregunta Porque “la calidad disminuye
debido a la falta de competencia y al encubierto poder de los intereses creados
de los ‘productores’ (léase profesores, maestros y educadores en general).
Hay que vencer los “prejuicios y las preocupaciones
ideológicas” –argumenta- porque “las instituciones educativas privadas
desempeñan un papel crucial a la hora de establecer y elevar los estándares
educativos en todo el mundo”.
No se trata de eliminar a las escuelas
públicas sino apostar por la biodiversidad, porque la “mezcla de instituciones
públicas y privadas con una competencia significativa favorece “la excelencia”
que en Venezuela brilla por su ausencia”.
Ferguson nos sugiere en su libro, un
sistema educativo que favorezca un mayor control de la sociedad civil en la
enseñanza, que existan escuelas independientes, autónomas, con subvención
privada y libre para elegir alumnos y programas de estudio.
Si bien el educador e historiador
piensa sobre la realidad de su país, sus reflexiones bien podrían ser un
interesante punto de partida para atacar los graves problemas que enfrenta Venezuela
en el campo de la educación en estos momentos.
Las experiencias de los colegios y
liceos de Fe y Alegría, muestran que con una mayor intervención de la sociedad
civil, es posible atacar el ausentismo escolar, aumentar el conocimiento de los
alumnos y el compromiso de las familias.
Las huelgas de los maestros y de los
profesores de los liceos venezolanos son para honrar su escuálido salario, que
no les alcanza ya ni para sobrevivir y es apenas la punta del iceberg con el
que choca la calidad educativa. Es un asunto mucho más profundo que las
movilizaciones docentes por mejoras salariales. En todo caso las protestas de
maestros y profesores de escuelas primarias, de liceos y de universidades, son
un síntoma de la enfermedad que ataca a la educación venezolana y por eso un
aumento real del presupuesto educativo no resolvería todos los problemas de
fondo que son muchos.
La educación pública en Venezuela enfrenta
una crisis de tal magnitud que está poniendo en riesgo el crecimiento económico
del país de los próximos 20 años. El problema de fondo que enfrentamos hoy es
la política educativa socialista-comunista a la cubana, que le dio al Estado un
sistema educativo paralelo al formal llamado misiones, que cuasi monopoliza en la ejecución de un
sistema escolar gratuito, obligatorio y laico, además de mucha cantidad de
participantes, pero de mediocre calidad educativa. La reforma de la IV
República fue muy exitosa en
universalizar la educación no terciaria. ¿Pero es adecuada esa política exitosa
de finales del siglo XIX y del siglo XX para enfrentar los retos del presente?
Un país como Venezuela, sin un capital
humano de calidad no puede proyectar un futuro venturoso para sus ciudadanos y
no solo pensando en la economía. Está comprobado que ello tiene también un
impacto en los atributos democráticos del
país.
La revolución educativa del siglo XXI
debe perseguir el norte de la calidad y la excelencia con un doble propósito:
enseñar los contenidos adecuados para los desafíos del futuro sin
ideologización ni adoctrinamiento politiquero, y retener a los miles de jóvenes
que abandonan un sistema de educación anticuado y poco útil para las exigencias
del mundo actual.
Por todo ello, debo coincidir con este
gran historiador contemporáneo cuando dice que “la revolución educativa del
siglo XXI será que la educación de calidad esté al alcance de una creciente
proporción de niños, adolescentes y jóvenes”. Y para lograrlo es clave la
presencia y el compromiso de la sociedad civil. No podemos lavarnos las manos
diciendo que es solo un problema de los gobernantes. Ellos deben asumir la
mayor cuota, pero es nuestro problema y el de todos los venezolanos, porque
allí se juega nuestro futuro y de las nuevas generaciones.
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