¡ESCRIBIR ES VIVIR!
Zenair Brito Caballero
Hace varias semanas tuve la gentileza de ser invitada por el
Director del Diario El Regional de Acarigua, el Licenciado Pedro Briceño
Voirin, a reiniciar mis artículos como
columnista semanal de su Diario. Allí gracias a su generosidad tengo como en otros
diarios regionales de varias ciudades venezolanas, un espacio para dar rienda
suelta a mi libre expresión y el manjar de la palabra, en un banquete de
ánimos, interés y paciencia brindado por quienes nos manifestamos a través de
la escritura.
A propósito de ello me surgieron algunas reflexiones ¿Por qué
surge la necesidad de escribir en ciertas personas? ¿Por qué alguien deviene de
escribidor? El problema es complejo y la respuesta no es fácil pues hay casos
diversos. Un psiquiatra amigo me aseguró que esa escritura generada en lo más
íntimo del autor resultaba una excelente terapia. Lo creo cierto, escribir
todos los días, me libra de tensiones, de nerviosismo, de intranquilidades
poniendo al descubierto ignorancias nocivas y secretos valiosos.
Escribir es, desde luego, darse, aunque a veces se revele
tras una máscara (aún más expresiva que el propio rostro). Pero además de exteriorizarse,
el autor se descubre a sí mismo al internarse en su laberinto interior, nunca
totalmente explorado. Somos obreros de nuestras galerías, arqueólogos
redescubriendo el jardín perdido, como ruinas enterradas.
La consecuencia que para algunos como en mi caso, escribir
sea una necesidad vital, es que se escribe además con pasión y no sólo con la
inteligencia y la técnica propias del que lo tiene como un oficio. Se persigue
la emoción, se ansía provocarla en el lector, aún más que la anhelada
admiración. Sólo en este sentido el para se añade al escribir por algo. Sin
embargo, ese afán de hacerse creativamente mueve también, supongo, a los
dedicados a otras artes e incluso a los científicos y a quienes se lanzan a
empresas o aventuras. Entonces, ¿qué es lo que nos orienta precisamente hacia
la escritura?
Sin estar muy segura de la respuesta me inclino a pensar que
resulta decisivo el ambiente donde se desarrolló nuestra infancia. En mi caso,
por ejemplo, tuve la fortuna de tener un padre brillante, intelectual, escritor,
columnista durante 40 años del Diario El Impulso de Barquisimeto e historiador
que puso a mi alcance tanto enciclopedias como muchos libros y de empezar a
leer desde temprana edad. Por personas que me recordaron mi niñez sé que desde
los 12 años me gustaba aislarme en mi cuarto con un libro cualquiera y antes de
los 15 años ya había leído muchas novelas no sólo a Julio Verne, sino novelas
de adultos como Don Quijote de la Mancha, Los tres mosqueteros o Ivanhoe y las
leyendas del Rey Arturo.
Junto a ese entorno literario también considero de marcada
influencia ciertos acontecimientos negativos vividos inconscientemente en
edades muy tempranas como el divorcio de mis padres y la ausencia de mi madre
lo que quizás me indujo a esquivar un mundo hecho inhóspito por esas vivencias,
antes que adaptarme a él o someterme. No nacemos ganadores amigos lectores,
como quienes desde el principio se desenvuelven pisando fuerte: no escriben,
hacen.
Estas reflexiones permiten formular la que podría llamar la
paradoja del escribidor, consistente en que no obstante al escribir se vive la
propia existencia, a veces el resultado obtenido es que se viven otras vidas,
identificándose con ellas.
Esa paradoja se asume de manera diferente y algunos piensan
que el esfuerzo de crear varios personajes roba vida a su autor. Considero que
mis artículos y columnas en los diarios y en los blogs añaden mundo a lo que
soy y contribuyen a moldearme. Repito ahora, con más motivos: para mi aprendiz
de escritora “escribir es vivir”. Gracias a quienes me honran con su lectura.
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