martes, 14 de mayo de 2013

¿EXISTE DE VERDAD UNA ÉTICA DE LOS SENTIMIENTOS?


¿EXISTE DE VERDAD UNA ÉTICA DE LOS SENTIMIENTOS?

Zenair Brito Caballero

Reflexionaba yo sobre si en torno de los sentimientos cabía una reflexión ética, cuando se me apareció una respuesta de Fernando Savater. En efecto, al interrogar una periodista en la TVE al filósofo y notable escritor español acerca de si él estaba decidido a hacer una defensa de la tauromaquia a través de su libro Tauro-ética, éste respondió: 
"La moral tiene que ver con la relación con nuestros semejantes. No obtener placer de la tortura puede corresponder a una visión de buen gusto o a una estética de los sentimientos. Pero afirmar que la persona a la Dejando los toros a un lado, en esa respuesta hallé la raíz de mis reflexiones. Es evidente que la actitud de rechazar el placer que surge de la tortura es algo de buen gusto, algo estéticamente defendible, si se presume que en las corridas se somete al animal a una tortura deliberada que estimula el placer morboso de las personas que asisten a verlas que le gustan los toros es inmoral, es un error". 
En esa línea, podría también plantearse que quien goza, o simplemente no se inmuta con la inmolación de los sentimientos ajenos, incurre en un oprobio contra la ética de dichos sentimientos, cuya validez no sólo emerge de nuestras profundidades biológicas sino que, como noción o realidad, hace parte de un modo de ver el mundo, de una cultura, la que, para el caso de Occidente, se apoya en dos mil quinientos años de pensamiento alrededor de la conciencia individual. 
Si, al decir de Savater, el sufrimiento es la visión racional del dolor, o, de otro modo, es el dolor pasado por la humanidad, podemos concluir, al menos en el terreno de las especulaciones, que el sufrimiento nos enaltece como seres racionales y nos humaniza como seres vivos. ¿Es posible vivir sin sentimientos, sin buenos sentimientos? Parece que sí. 

El neurofisiólogo Rodolfo Llinás, cuyo cerebro, para gloria de sí mismo, no alberga más que funciones físico-químicas, nos legó esta perla: "Mire, el bien y el mal son pendejadas nuestras. La gente hace lo que hace por conveniencia". 
Olvida Llinás que Aristóteles discurrió sobre lo bueno como sinónimo de felicidad, solicitando para ello el ejercicio de la razón, cierta seguridad económica y un grado importante de libertad personal; que Epicuro asimiló lo bueno al placer, distinguiendo entre placeres sensibles, inmediatos y fugaces (vida social, comida y bebida), y placeres superiores, perdurables, referidos a la vida intelectual y estética; que Emmanuel Kant habló de lo bueno como de una buena voluntad, atenida ésta no sólo a un obrar de acuerdo con el deber sino por respeto al deber, y guiada exclusivamente por la razón; que Jeremías Bentham y John Stuart Mill vieron lo bueno como lo útil, preguntándose en qué consiste lo útil y a quién beneficia.
De manera que la pendejada es la proposición de Rodolfo Llinás, quien con su afirmación desconoce miles de años de historia del pensamiento, ya que todo pretende reducirlo a experimentos de laboratorio que él interpreta de acuerdo con su criterio organicista, con exclusión del valor de la filosofía del conocimiento y de la bioética.
Si la gente procediera sólo por conveniencia habría que borrar de los sentimientos humanos el sentido de la solidaridad, la compasión, la ternura y el amor, y su lugar sería ocupado por el egoísmo, la indolencia, la violencia y el instinto primario de posesión animal. ¿Que eso es lo que somos? La vida, la cultura, los libros y la sabiduría que no se origina en los laboratorios de neurofisiología de Nueva York nos dicen que somos mucho más que eso.
Por ejemplo, aceptamos que el valor fundamental de la moral, como atributo de la libertad, es la bondad, y que la naturaleza de lo bueno se da si existe concordancia entre el interés personal y el interés general, es decir, si somos capaces de contribuir con nuestros actos a la transformación de las condiciones sociales y psicológicas en las que se aposenta la infelicidad de la mayoría. 
¿Existe de verdad una ética de los sentimientos? Si no existiera habría que inventarla. Porque si se procede sólo al impulso de las conveniencias propias, ¿quién define los alcances de dichas conveniencias? Y así, ¿qué quedaría de la ética? ¿Dónde quedaría el bien común, y el respeto por el otro, sin cuya mirada nunca seríamos lo que somos? ¿Le debemos algo a quien algo nos ha brindado de lo mejor de su ser? Yo diría que sí. Y en eso consiste la ética de los sentimientos. En ponernos por encima de aquello que nos impide mitigar el dolor que somos capaces de causar.  


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