EN VENEZUELA TENEMOS UNA MORAL COMPLACIENTE
Zenair Brito Caballero (britozenair@gmail.com)
Los venezolanos aspiramos cada vez más a vivir en
un país donde se nos respeten nuestros
derechos. Defendemos la libertad de opinión; principio básico para vivir
en sociedad, pero muchos desconocen el derecho a expresar libremente el afecto.
Aspiramos a vivir en sana convivencia, hacemos llamados a la tolerancia,
protestamos contra la corrupción y reclamamos garantías para el
desarrollo pleno, aunque la mayoría de las veces muchos ciudadanos incurren en
excesos que terminan por contradecir su discurso, aferrándose en ocasiones a
una moral relativa y sin inconvenientes.
El estrés, las depresiones y la histeria, tan
característicos de los gobiernos autoritarios, han ido cediendo espacio a
una sociedad permisiva, que terminó desvalorizando la rigidez y la relevancia
del vivir, para rendir culto a una época que niega los signos de
responsabilidad, lo que ha hecho que desde múltiples puntos se nos bombardee
con imperativos categóricos que en apariencia tratan de mostrar el renacer de
una nueva ética.
Muchas personas hablan de la necesidad de
luchar contra la corrupción en las que me incluyo, así como también
proteger el medio ambiente, la solidaridad, equidad, transparencia,
responsabilidad ética y de paz; sin embargo, la intención de querer
corregir las cosas desde la superficie, pero con poco compromiso de
querer cambiar las cosas de fondo, parece ser una tendencia creciente en esta
época identificada con una subjetiva indiferencia hacia todo.
La eterna costumbre de condenar con severidad
algunos cuestionamientos contra posturas críticas, acompañada
también de la costumbre de absolver con facilidad otras, ha terminado por
crear un relativismo moral peligroso, en lo que se refiere al
derecho de opinión y del sentimiento.
Dos temas en apariencia disímiles, pero
conectados por la libertad de expresión y por la tendencia del ser humano a
negarse a tomar una postura equilibrada que favorezca tanto a quien lo reclama
como a quien debe proporcionarlo.
Por estos días se ha estado reflexionando sobre
la libertad de expresión, originándose interrogantes como ¿hasta dónde deben y
pueden llegar los límites de ese derecho?, pues es común en nuestro contexto
que antes de reaccionar ante una crítica que puede atentar o no contra el
derecho a la libre opinión, bueno es para unos preguntar quién lo hizo y con
qué fin, pues si es beneficioso para alguno de nuestros afectos o
intereses, se puede tolerar, pero si no lo es, hay que censurarlo con
alta voz y elocuencia.
Eso hace que nuestra moral, blanda y cambiante
como gelatina, se ponga al servicio de algunos y de otros no. Igual ocurre con el derecho al afecto o al amor
con responsabilidad, pues desde todas las edades, muchos propenden por el
sexo frío y desconectado del sentimiento, para protegerse de decepciones
amorosas y del desequilibrio emocional que de ellos se desprende, llegando a
negar la necesidad de amar y sentirse amados, validando el final de la cultura sentimental.
Es común la tendencia de muchos padres a exigir a
sus hijos que nieguen el término conquista amorosa, argumentando que
están demasiado jóvenes, que les falta mucho por vivir y relaciones
por experimentar, incluso se le sugiere al hijo o hija no enamorarse de manera
profunda y seria, lo que resulta riesgoso y equivocado, pues detrás de la
preocupación por evitar el fracaso sentimental de los hijos, terminan por
implantarles una cultura de la ausencia sentimental, inyectándoles la
posibilidad de tener una relación sin compromiso, como si la responsabilidad y
la seriedad en el amor estuviera lejos del alcance de los jóvenes, quienes
producto de malas orientaciones encuentran en la liberación sexual, el
feminismo y la pornografía, una herramienta segura para levantar barreras
contra las emociones y desechar las intensidades afectivas, que bien asistidas
se convierten en elemento valioso para estructurar una ética de responsabilidad
consigo mismo y con el entorno.
Tener libertad de opinión involucra también
libertad para expresar afecto y emoción, regulándose por principios éticos como
la palabra de Dios entre otras, sin ser estigmatizados de pre-modernos, para no
caer en la cultura de lo light, pautada por el interés de sacar partido de la
situación, amén de construir una intención de cambio desde la superficie y no
desde la profundidad.
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