“VENEZUELA
NECESITA QUE GANE EL MEJOR CANDIDATO”
Zenair
Brito Caballero
Cuenta una leyenda griega que Diógenes salió con
una linterna encendida, en plena luz del día, en busca de un hombre íntegro.
Este pasaje recurre a mi memoria siempre que observo cómo los hombres y mujeres
se enfrascan en una lucha personal por lograr puestos públicos.
Hace muchos años comencé a escribir para los
diarios regionales y han sido muchas las campañas políticas que he vivido y he
escrito bastantes columnas para la opinión pública, y siempre es lo mismo:
agravios, ultrajes, ofensas, demagogia, engaños, trampas, manipulación de las
emociones de los desposeídos, desconocimiento de las necesidades de la nación, estados,
ciudades, según sea el caso, intereses personalistas antepuestos a los de la
comunidad.
Por estos días he revivido los años de mi juventud
cuando en medio del trabajo en la cátedra universitaria, muchas veces reía ante
los desafueros de contrincantes políticos y en otras, el asombro por la
ligereza y el descaro de algunos participantes. Había candidatos bien
intencionados, claro que sí, pocos, y dejaron buenos frutos, ahí están en la
historia que no miente.
Se
está viviendo el mismo espectáculo en esta corta campaña electoral para
elegir el Presidente de la República el próximo 14 de abril. Es el tiempo
detenido, suspendido en las arcaicas costumbres de hacer política, dos actores
protagonizando el espectáculo: Nicolás Maduro candidato del PSUV y seguidor del
chavismo y Henrique Capriles Radonski candidato de la MUD y de la oposición,
mientras que el botín que se persigue: la Presidencia de la República, se hunde
en medio de carencias y desafectos y se aburre al pensar que siempre es lo
mismo.
Ahora no se trata de salir a buscar un hombre
honrado, se trata que ese aspirante venga a ponerse a la orden del
pueblo, de un pueblo obnubilado por la falta de fe en los gobernantes en 14
años de desgobierno socialista-comunista, por las promesas incumplidas por el
difunto Presidente Hugo Chávez, por encontrar quién le dé más valor monetario a
su voto; en fin, un pueblo cansado y que sabe que el mejor candidato no es el
que más ofrece, no es el que más ofende, no es el que mejor memoria tiene para
sacar errores y defectos de los contrincantes, no es el que promete sin saber
qué es lo que se necesita.
El mejor aspirante a gobernarnos debe tener: preparación académica, gerencial y política, capacidad para comunicarse en dos sentidos: decir y escuchar. Inteligencia emocional: habilidad para manejar los sentimientos y emociones. Capacidad para establecer metas y objetivos: para dirigir a un pueblo hay que saber a dónde llevarlo.
Capacidad
de planeación, una vez establecida la meta es necesario hacer un plan para llegar
a ella. Conocimiento de sus fortalezas para aprovecharlas al máximo. Deseos de
crecer y hacer crecer a la gente que dirige. Tener carisma, ese don de atraer y
caer bien. Innovar en el sentido de buscar cómo hacer mejor las cosas.
Responsabilidad en el sentido de utilizar el poder en beneficio de todos. Estar
informado, ninguna sociedad puede andar bien si su dirigente no
está informado de sus necesidades y de sus logros.
Esos
son unos simples rasgos del buen candidato a un puesto que le da poder
para servir a sus semejantes y debe tener esas cualidades, pero lleno del
más importante de los sentimientos que lo llevará a gobernar correctamente: el
amor por el país y por el pueblo que lo llevará al poder, que no es otro que la
generosidad con ese pueblo que lo sigue y lo elige, y ese pueblo necesita volver
a creer en sus gobernantes.
No
ir a la urnas con la agresividad y la odiosidad que aprendió de su ex
presidente fallecido y de los seguidores de su candidato socialista-comunista;
el pueblo quiere el manejo cristalino de los bienes de la nación, el rescate de
los sectores deprimidos, la restauración de lo que fue orgullo de urbanismo en
Caracas y en muchas ciudades venezolanas y ya no lo es.
En
fin, los venezolanos queremos vivir tranquilos, porque las riendas de su
región, de su ciudad, de su municipio
o de su parroquia están en buenas
manos, no sólo limpias sino laboriosas; y creer a pesar de lo que dijera
Charles de Gaulle: “Como los políticos nunca creen lo que dicen, se sorprenden
si alguien lo cree”.
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