EL
CLIENTELISMO ESTANCA LA DEMOCRACIA
Zenair
Brito Caballero
(britozenair@gmail.com)
El
clientelismo político se ha convertido en un maligno sistema que de una forma
clara está frenando la evolución democrática de Venezuela y nos tiene a la vez
sumidos y condenados a tener una clase política roja-rojita gobernante muy
pobre de proyectos.
En
nuestro país, estas relaciones existen en correspondencia a las estructuras de
la sociedad política (elecciones, partidos, etc.). Y de esta manera se ha
llegado a consolidar un estilo clientelar que involucra a “políticos
profesionales” que utilizan discrecionalmente recursos públicos, ofreciéndolos
a sus seguidores a cambio de legitimación y apoyo electoral.
Estas
relaciones pues, se han convertido en el sello de un “patrón de conducta”
política (aunque efectivamente una conducta pervertida) que se ha enquistado en
nuestro medio, hasta el punto que para muchos políticos socialistas-comunistas
en ejercicio, esa es una práctica “legítima” y hasta “deseable”, y un instrumento
válido para hacer política partidista y para poder “asegurarse” triunfos
electorales, apoyos políticos y financiamiento de militancia, a partir de una
práctica que podríamos llamar “compra de voluntades” y de apoyos políticos sin
ningún fundamento sustancial ni de contenido.
De
esa manera, el clientelismo político venezolano se ha convertido en un
siniestro sistema socialista- comunista que de una forma clara está frenando la
evolución democrática del país y nos tiene a la vez sumidos y condenados a tener
una clase política gobernante socialista-comunista muy pobre de proyectos, muy
atrasada en sus concepciones ideológicas y bastante proclive al uso
patrimonialista del aparato estatal y de los recursos públicos.
Ello
lo podemos ver con suma claridad en los actuales momentos, cuando se han
activado las campañas electorales para gobernadores (de ahí que se suelen hacer
con mucha más anticipación de la debida), pues los candidatos han iniciado (convocatorias) a sus “clientelas políticas”,
las cuales empiezan a “comprar” con todo tipo de prebendas que van desde
dádivas materiales (láminas de acerolit para casas, bolsas de comida, juguetes,
zapatos, dulces, gorras, franelas, neveras, cocinas, lavadoras, microondas y
hasta un bono especial navideño de 2000 Bs para los damnificados que viven en
los refugios, etc.) hasta incluso, una forma más perversa: el ofrecimiento de
plazas o empleos en instituciones públicas, que el partido político de
pertenencia del candidato “controle” o diga controlar.
De
ahí la “importancia” y el “interés” de la partidocracia gobernante roja-rojita
de agenciarse el control de instituciones, que las muchas de las veces terminan
convirtiendo en grandes “fábricas de empleos” para militantes, simpatizantes,
familias, amigos, etc., con el objetivo de “premiar” a aquellos que les
facilitan votos o a aquellos que pueden tener un “sueldo”, pero en realidad
dedicar su tiempo a hacer “trabajo” político para su partido.
Lo
anterior es lo que ha ocurrido en forma muy recurrente en nuestro país, y ha sido
práctica en estos 14 años de la llamada “izquierda revolucionaria”, y ha
sido práctica recurrente durante
administraciones de gobernaciones y
alcaldías en el pasado, así como partidos de su “bloque de apoyo” que en aquel
momento también se dedicaron a “controlar” instituciones para ejercer de manera
abierta y sin ninguna vergüenza el clientelismo descarado
El
clientelismo estanca la democracia, porque impide que los electores puedan en
realidad enfocarse en lo que es importante y esencial de la democracia: las
propuestas. El clientelismo privilegia el “regalo” frente al proyecto político
serio y equilibrado; la “prebenda” frente a la oferta mesurada, viable y
sensata para gobernar; las “dádivas” frente a las plataformas correctas,
adecuadas y correspondientes con los problemas de gobernabilidad que existen en
el país.
Además el clientelismo político impide que los
partidos que tengan propuestas de avanzada y adecuadas, puedan siquiera
competir con aquellos aparatos electorales que a base de mayor “gasto”
electoral clientelista, logran “comprar” la voluntad de los “clientes”. Y lo
que es todavía más perverso que eso, es que muchos electores, cual borregos
domesticados, se comportan y actúan como clientes políticos, hasta el absurdo
de expresar que su voto “es caro”, que para “ganárselo” le tienen que dar
muestras de “amor”, “darse a querer”, queriendo significar con eso que si no
ven las prebendas, las dádivas y los regalitos, no endosarán su voto por el
candidato que se los pide. Y así, bajo ese perverso círculo, la partidocracia
roja-rojita ha logrado retener los “apoyos” político-electorales y lo mantienen
“comprando los favores” de los clientes.
Si
lo anterior ya de por si es nefasto, no puedo dejar de lado referirme a lo que
ha ocurrido en el Tribunal Supremo de Justicia y la aprobación de un jugoso
bono para los empleados de dicho órgano a petición del sindicato que
“incondicionalmente” apoya los inconstitucionales nombramientos de los
magistrados de la TSJ. A todas luces, esa no es más que la aplicación por
“extensión” del clientelismo político de pago de favores y compra de voluntades
a la que está acostumbrada la partidocracia socialista-comunista en las
instituciones.
Ahora
me pregunto yo ¿Adónde está la austeridad en el gasto público por la crisis
económica por parte de los Magistrados
del TSJ? ¿Cuál es el empecinamiento en despilfarrar el dinero de un pueblo que
sufre tantas carencias y necesidades? ¿No son suficientes los altos salarios
que devengan acaso? ¿Ese es el tamaño y la estatura moral de su conciencia
social? ¿Para repartirse esa “piñata” es que les urge tanto llegar al TSJ? ¿Por
qué razón no son capaces ante tantas carencia y necesidades del pueblo de darse
a sí mismos un Código Deontológico de conducta ética y moral en el ejercicio del
cargo, del servicio público, que se rija por los principios de “dignidad,
sobriedad, eficacia, ejemplaridad, transparencia y solidaridad”?
Los
Magistrados deberían renunciar de inmediato a estas medidas y elevarse a la
estatura que su cargo les impone y no rebajarse al mezquino clientelismo con el
que, desgraciadamente actúan. De no hacerlo, deberán encarar las consecuencias
de su actuación, empezando por la falta de toda credibilidad en cuanto a la
independencia con el ejecutivo a quien sigue todos sus mandatos.
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