“TODO SE HA VUELTO VERTIGINOSO EN ESTA SOCIEDAD”
Zenair Brito Caballero
(britozenair@gmail.com)
Las sociedades modernas han
pisado el acelerador. Las tecnologías permiten recorrer el mundo a velocidades
que hace unas décadas parecían una fantasía de ciencia ficción y ahora forman
parte de la vida cotidiana. Pero tras esa apariencia de rapidez e inmediatez se
esconde un estilo de vida agotador y estresante. Es como si metieran al hombre
a competir entre una manada de caballos
Esperar frente a una computadora que se cargue una página web durante más de
unos segundos, o hacer las colas en las cajas de los bancos e hipermercados son
actividades que se pueden volver insoportables. El aquí, el ya y el ahora son
estados de ánimo que el hombre ha incorporado a su vida con severidad.
El latiguillo anglo americano:
time is Money – el tiempo es dinero- unido a la velocidad, propiciada por la
digitalización y la tecnologización, se ha extendido a todas las facetas
posibles de la vida moderna. No es casualidad que la compañía estadounidense Google
haya sacado Google Instant, con él dice que ahorrará más de 3.500 millones de
segundos cada día si se acumulasen las esperas de todos los usuarios.
Toda una vida. El ritmo del día a
día se acelera. La vida de los ciudadanos venezolanos (as) se desarrolla a
trompicones, corriendo de allá para acá, para sacarle al tiempo el máximo
partido.
El corazón bombea todo lo que puede y hasta que puede, pero no es un
órgano que no padezca los ajetreos que se le imponen. En apariencia no se
queja, pero lo siente.
Algunos estudios de la Fundación
Española del Corazón y la Sociedad Española de Cardiología que he leído en
Internet en Diario Médico, apuntan a un
mayor riesgo de episodio cardiovascular en las personas con perfil competitivo,
autoexigentes, apegados al trabajo y obsesionados con el éxito.
La velocidad se
impone en la sociedad venezolana.
Donde antes se podía tomar un
café sentado cómodamente en un sillón con apoya brazos, ahora ponen un
mostrador sin apenas un rincón en el que poder apoyarse, para que el paso por
el establecimiento sea mucho rápido.
No importa lo que consumas, sino la
velocidad a la que lo hagas. Es una sencilla regla de tres: a más clientes, más
consumo y más beneficios.
La comida rápida es uno de los
símbolos de esta forma de vida. Un comestible que representa el usar, tirar y
el volver a empezar.
Una manera de estar en el mundo, donde pasar de puntillas
y de forma superficial es más rentable, al menos en apariencia, que pararse a
disfrutar y a llegar al fondo de los asuntos. No es falta de interés, pero
cuando el abanico de posibilidades es tan amplio: o entras en la dinámica de la
velocidad o el tiempo no da para hacer mucho más.
Este ritmo galopante también se
puede apreciar en los medios de comunicación. Los artículos de opinión de fondo
van menguando y no son publicados porque no interesan y, con más frecuencia,
sobre todo los más jóvenes, se informan a través del Twitter o del Facebook.
En la actualidad, con las
posibilidades que dan las Redes Sociales, es más cómodo visionar el mundo en
140 caracteres que entenderlo leyendo un artículo de mil palabras.
Los mayoría
de las personas ya no leen los periódicos y menos las páginas de opinión, ya prefieren Facebook o Twitter a contar cosas
en un blog, que parece ser una herramienta del pasado.
Ni que decir tiene lo que los
jóvenes opinan del periódico en papel impreso. A comienzos del siglo XX Filippo
Tommaso Marinetti y sus colegas futuristas, desde la tranquilidad florentina
del Café Giubbe Rosse, lanzaban loas a la velocidad como símbolo de la
modernidad.
Hoy ese símbolo está en su momento de máximo apogeo. Un siglo
después, nadie sabe hacia dónde va todo esto. No sería extraño entonces, que
más de uno de aquellos futuristas que alentó la velocidad en su poesía, hoy
sintiera vértigo.
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